La otra agonía

CARMEN DOLORES HERNÁNDEZ

ESCRITORA

Aida Ortiz llegó al hospital por sus pies, aguantando con su mano la masa encefálica que le salía del lado izquierdo de la cabeza. Los policías que la llevaron estaban atónitos. Los médicos hicieron una labor que nada tiene que envidiarle a la de los que mantuvieron viva a la congresista Gabrielle Giffords, herida recientemente de manera similar. Aida pudo haber sido una estadística más de una muerte por violencia doméstica. Pero sobrevivió. Camina, habla, puede ver a su hijo -la luz de sus ojos- y cuidarlo con ayuda. Pero ya no es la misma: tiene afectadas algunas funciones mentales, no puede mover un brazo ni guiar un auto. Aquella mujer autosuficiente y segura no puede trabajar, ni salir sola, ni recordar una dirección, ni hacer fuerza. De todas maneras, ha tenido suerte. Ha contado con el apoyo de numerosas personas amigas, de trabajadores sociales y del alcalde de Cayey, que han respondido con generosidad al caso.

Ahora se enfrenta a un nuevo calvario. Primero fue el intento, por parte de la familia del agresor, de quitarle al hijo. Hubo que luchar porque se lo devolvieran a la familia de la madre, que es -para suerte de Aida y del niño- solidaria. Aida tiene padre, madre y hermanos que la apoyan continuamente.

Otro suplicio, esta vez no por causa de la agresión de un hombre sino por la incuria del sistema penal, son las citaciones a corte para determinar si el agresor es procesable. Su presencia se requiere una y otra vez. En cada ocasión, Aida -una mujer valerosa- se descompone. La posibilidad de encontrarse cara a...

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