Democracia y memoria

PEDRO REINA PÉREZ

HISTORIADOR

La distancia geográfica que solía separar al ciudadano estadounidense promedio de los escenarios de los actos terroristas se esfumó aquella mañana del 2001, cuando se vino abajo el conjunto del World Trade Center, ante los ojos atentos de un mundo que asistió a estos actos en vivo y en directo por la televisión. La fragilidad como nueva condición ciudadana y el miedo que acarreaba el sentirse al alcance de un enemigo de rostro desconocido, engendró dos guerras acometidas con rabia e incoherencia, cuyo espectro hoy agota la confianza pública en la presidencia de Estados Unidos. Una generación entera de estadounidenses, iraquíes y afganos carga en sus cuerpos las cicatrices imborrables de una política caprichosa que se hace más incomprensible con cada día que pasa.

Chile regresó esta semana sobre la huella de un golpe militar que acabó con una larga tradición democrática ejemplar rota en 1973, para instalar en el poder a un general narcisista y cruel que además de robar para sí y los suyos, produjo 3,214 asesinatos políticos hasta 1990, mil de los cuales se clasifican todavía como desaparecidos.

La trayectoria de obediencia militar al liderato civil se echó a un lado en un abrir y cerrar de ojos, presa del miedo del alto mando castrense al comunismo, para dar paso a un estado policial enfocado en la venganza. El paradójico desarrollo económico que vivió ese país, guiado por economistas neoliberales, se produjo a cambio de una cuota inadmisible de sangre, represión y desprecio a los más elementales derechos humanos. El récord histórico es incuestionable, y cada año se conocen más detalles de la conspiración internacional, a medida que se develan nuevas fuentes documentales. Chile padece una de las mayores desigualdades sociales del continente. Pese a ello, los chilenos también cargan...

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