Escalones de luz

especial El Nuevo Día

He escuchado que la gente aprende allí a dejar de culpar a los demás por sus desgracias, asumen responsabilidad por el caos en sus vidas, practican un nuevo sentido de perdón y amor hacia sí mismos y los demás, y cultivan herramientas emocionales que no son enseñadas en la escuela. Que llegan los que no han logrado pertenecer a ningún lugar y encuentran solidaridad, abrazos y entendimiento.

Que no hay diferencias de raza, condición social o económica, profesión, edad, género, orientación sexual, religión o preferencias de programas de televisión, pues todos acuden para entender cómo su adicción ha ido transgrediendo límites, ganándoles terreno por dentro y deteriorando su mente hasta arruinarles la vida por etapas, hiriéndoles a ellos y a las personas a su alrededor.

Que los adictos tienen todos una cosa en común: la obsesión surge de un vacío reseco e interminable que parece haberles taladrado un hoyo en el suelo del estómago. El agujero se desgarró cuando se sintieron no queridos, que nacieron a destiempo, fueron una carga no deseada para alguien o álguienes, o no hubo un adulto que les reforzara cuán importantes y amados eran. Tienen miedo a ser abandonados y repetir la experiencia sin tregua en la próxima relación, el siguiente trabajo, el nuevo grupo de amigos. Que el hueco se nutre del resentimiento hacia todas las experiencias de desamor, y que duele hasta el origen de sí mismos. Ese abismo falto de afecto se come a la persona por dentro hasta que llega el momento en que se la come por fuera como en un suicidio lento. Se manifiesta en el cuerpo y en su entorno como deterioro físico, mental, emocional y espiritual. Todas las adicciones tienen esa tremebunda maldición.

Que allí la gente aprende que no son culpables de lo que pasó cuando pequeños: un hogar sin afecto, un padre o madre adicto, alcohólico, violento, jugador o comelón compulsivo, abusador sexual, trabajohólico, colérico, emocionalmente inaccesible, depresivo o ausente. Pero sí son responsables de salir de ese fangoso hoyo de podredumbre emocional, porque es inevitable que afecte a los que están alrededor y se extienda como una plaga social.

Que las adicciones, por más legales e inofensivas, -comida, comprar, codependencia, trabajo- progresan cuando no son atendidas. Que son intentos irracionales que el ego-mente-personalidad han creado para protegerse y satisfacer esa carencia profusa de amor. Los que van allí comprenden que nadie los va a rescatar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR