Julio y la politeratura

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

Aquí, el cuatro de julio pierde su caché revolucionario para convertirse en "Día de la Independencia Ajena". No hay nada más absurdo que el espectáculo de un país intervenido festejando las hazañas libertarias del país intervencionista. Quizás por eso ha ido menguando el furor conmemorativo que antes despertaba el evento. Aparte del calor, la conciencia del ridículo desanima.

Este año, ninguna de las solemnidades partidistas convocó multitudes egipcias. A los populares por poco se les olvida el incómodo compromiso. Lo cumplieron con una sosa y aburrida ceremonia oficialista. Y los penepés tuvieron que mover el jolgorio a territorio apache, cuestión de aguijonear a sus huestes bostezantes con la perspectiva de una profanación de tumba. Menos mal que había música en vivo, muñecos inflables y competencia de barbiquiú. Sin eso, a lo mejor no va ni Pierluisi.

Por ahí asoma ya la careta el veinticinco de julio con su memoria brumosa de una invasión militar. Hace 61 años, otro truco de prestidigitación verbal lo recicló en "Día de la Constitución". La mentada es, por supuesto, la del ELA, sigla encubridora de la plebeya condición colonial. Así es cómo, por obra y gracia de un abracadabra mágico, las realidades desagradables se vuelven embustes presentables.

El PPD es, sin duda alguna, el más literario de nuestros partidos. Su especialidad ha sido siempre el embellecimiento cosmético de fracasos históricos y desastres económicos. "Puente entre las Américas", "Vitrina del Caribe", "Pacto bilateral", "Unión permanente" y "Lo mejor de dos mundos" son mucho más que una sucesión de eslóganes con suerte. Ni el copiete estadista del lenguaje anticolonial independentista ha podido competir con la efectividad de ese astuto camuflaje retórico.

Muy de vez en cuando, el PNP se apunta alguna que otra frase pegajosa: la "estadidad jíbara", por ejemplo. Y no es que sea tan creativa. Con su tendencia a la reconciliación de lo irreconciliable, la paradójica fórmula huele demasiado a embeleco palabrero de la pava. "La estadidad es para los pobres" tuvo también sus quince minutos de gloria. Pero carecía de empaque estilístico. Imagínense lo que hubieran hecho con eso los populares.

Más original -aunque menos elegante- resultó aquello de "La Gran Corporación", título un chin prosaico para la insigne nación benefactora. Lúcido y literal, pese a lo chabacano, el apodo patriótico blancopista recoge a perfección la esencia fundamentalmente...

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