Saludo al puertorriqueño indócil

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

El lector de periódicos es una criatura impaciente. Pasa la página con una facilidad pasmosa. Para colmo, las columnas no llevan ni fotos ni resúmenes. Arrinconadas entre noticias y editoriales, sólo pueden contar con sus propias estrategias de seducción.

Por más urgentes y pertinentes que puedan parecerles a sus redactores, nada asegura que esas cuatro filas de letra y pensamiento comprimidos logren retener el ojo escurridizo del destinatario.

Por eso, hay que agradecerle a Luis Rafael Sánchez el haber reunido, entre las portadas del libro "Abecé indócil", esos ensayos breves, enérgicos y sustanciosos que son sus entregas mensuales a este diario. Quebrado el molde estrecho de la verticalidad fraccionada, las columnas se han desvestido de sus antiguos nombres para adoptar otros, propuestos por las letras de un abecedario traviesamente contestatario.

El orden fundado por el autor exhibe una unidad sorprendente. Retomados y reelaborados por su mano diestra, los artículos de esta colección proveen una experiencia de lectura totalmente fresca. Es más, dan la impresión de haber sido pensados y creados, desde un principio, para el formato holgado y acogedor del volumen.

El libro atrapa a uno de la A a la Z. Tiene ese magnetismo misterioso que llamamos "garra". Buena parte de su encanto reside en dos atributos eficazmente complementarios: la sedosidad del tono y el vigor de la palabra. Con esos instrumentos afinados de su oficio, el autor le imprime al conjunto el soplo vital de su estilo.

Atraviesa la obra un humor que transita entre la sonrisa y la carcajada. Puede ser suave como una confidencia o punzante como una denuncia. Es el fino producto de la gracia con que el escritor malabarea giros, matices y registros. Las peculiaridades de la lengua hablada invaden sin permiso los espacios exclusivos de la escrita. El encuentro imprevisto de la formalidad y la espontaneidad detona chispas y complicidades.

La voz cordial del ensayista, sus gustos, pareceres y actitudes van dibujando un personaje: el del transeúnte que pasea su mirada camarógrafa por los rincones más inesperados, convidándonos a la observación de una ciudad en perpetua conmoción. Con especial cariño por el Santurce decadente y por el Viejo San Juan deslumbrante, nuestro guía descubre y revela toda suerte de bellezas y fealdades.

Rige el contenido del libro un fuerte sentido de la decencia elemental. Los usos y abusos de la intranquila convivencia...

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