Abolición, ¿otra celebración?

JOSÉ CURET

ESCRITOR

"Con todo, no hay cosa más afrentosa en esta isla que ser negro o descendientes de ellos; un blanco insulta a un negro con las expresiones más vilipendiosas". (Fray Iñigo Abbad y Lasierra "Historia geográfica, civil y natural de la isla de San Juan Bautista de Puerto Rico", 1782)

"Cómprale (a Michelle Obama) una batida de guineo doble, y llévala a tu país, Kenia" (Heidy Wys, exasesora, Cámara de Representantes, 2012)

Desde el punto de vista político y legal no cabe duda que aquella escueta ley de ocho artículos que concedía la abolición, proclamada al final de sesiones de la Asamblea Nacional de la Primera República Española, fue un logro para nuestros representantes liberales. Por décadas figuras como Julio Vizcarrondo, fundador de Sociedad Abolicionista, o Román Baldorioty de Castro, apodado "eminencia negra" por su fogoso verbo, se habían ocupado de concienciar la opinión pública. Contrastaba ese arrojo y determinación con la apatía de los representantes cubanos, quienes trataban de aplazar entonces la discusión de la abolición.

Encomiable como fuera aquella participación en la metrópolis, las conmemoraciones de la abolición han servido para tejer toda una mitología sobre "armonía racial" y "democracia social" (término acuñado por Luis M. Díaz Soler, máximo historiador de la esclavitud en Puerto Rico). Pero al examinar de cerca la conducta velada de algunos de aquellos amos y esclavos, los hilos de esa mitología comienzan a destrenzarse.

Suele recordarse que aquella ley de abolición fue recibida con júbilo por amos y hacendados, como los Oppenheimer o Mr. Lee, propietario de la hacienda La Ponceña, quienes festejaron con ágapes junto a sus esclavos, convertidos ahora en libertos. La armonía parecía reinar. Sin embargo, se ha borrado de la memoria histórica sucesos que desmienten tal armonía. Ante el temor de la pérdida de sus esclavos, José Ramón Fernández, esclavista prominente y presidente del Partido Conservador, fraguó un falso motín en Camuy, conocido como "la Estrellada". Se trataba de un complot para fingir un conato de revuelta y detener la inminente abolición; morirían allí dos esclavos entrampados.

Pero los ánimos de aquellos amos rebeldes se aplacaron ante las promesas, escritas en el texto de la ley, de una indemnización de 200 pesos por cabeza de esclavo (cantidad mayor que el precio en el mercado entonces). Ése era el fruto, como olvidan mencionar al conmemorar la abolición, de un intenso cabildeo por...

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