Amar a la bestia

Me pregunto qué hubiese pasado si Dios no hubiese botado del cielo al ángel Lucifer. Me pregunto si esa expulsión lo volvió poderoso y le permitió esparcir sufrimiento en el mundo. ¿Por qué fue creado diferente, separado y más hermoso que los demás? Cuestiono qué hubiese pasado si, en vez de desterrarlo, Dios le hubiese dicho: “Oye, Luci, pero es que tú eres igual que los demás y todos form amos un equipo de apoyo para la humanidad. No te aísles porque perteneces con nosotros...”.

En junio asistí a un retiro de “mindfulness” dirigido por el psicólogo Paul Fulton y el neurocientífico Mauricio Conejo. La práctica era igual a la meditación Vipassana que he aprendido desde 2011 de Robert Brumet y Jack Kornfield. Los periodos de silencio prolongados me han permitido tener introspecciones más profundas, así que me propuse mantener tanto silencio como pudiera. Durante uno de esos descansos, ocurrió lo siguiente:

Fui a meditar bajo la sombra de un árbol. Había tenido molestias en mi abdomen y varios retos emocionales en mis meditaciones, pero en ese momento de apertura y seguridad, oí que algo dijo dentro de mí: “Necesito hablar”. Le respondí: “Estoy aquí. Te estoy escuchando”.

Sentí dolor en mi barriga. Seguí respirando y me di cuenta de que tenía hambre. ¡Finalmente! Sentí alegría. Era una señal de hambre saludable. No me había pasado en mucho tiempo. Y de repente, lo vi con claridad. El desorden de alimentación que ahora está en remisión había tratado de protegerme de sentirme hambrienta física y emocionalmente. Estaba, de hecho, tratando de acabar con mi sufrimiento buscando satisfacción plena con la comida. Intentaba, una y otra vez, crear una experiencia de llenura o protección comiendo o dejando de comer.

Eso había evitado que yo sintiera el hambre avasalladora de la orfandad y de otras vivencias traumáticas. No había podido sentir esas experiencias antes porque implicaba que iba a morir, así que el desorden de alimentación “me había salvado”. Había entendido esto antes en mi cabeza, pero ahora lo comprendía con mi cuerpo. Era un proceso viviente que me brindaba libertad.

Durante los días siguientes al retiro, cuando me sentaba a la mesa, observé que la impulsividad de comer se había atenuado o ya no estaba. Había una paz nueva en mi relación con mi sistema digestivo. En mis meditaciones, vi que lo que antes parecía una bestia se había reducido al tamaño de una mascota; una criatura que me miraba con ojos de terror y desamparo. Le envié...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR