Los asesinatos de Estado

JULIO E. FONTANET

CATEDRÁTICO DE DERECHO Y EXPRESIDENTE DEL COLEGIO DE ABOGADOS

El presidente George W. Bush había ofrecido -en un tono de época de vaqueros- una recompensa a la persona que produjera a Osama Bin Laden "vivo o muerto". Posteriormente, el "más civilizado" Obama expresó que había autorizado su asesinato.

En aquel momento, confieso que me llamó la atención que precisamente Obama, un excatedrático de Derecho de la Universidad de Chicago, recipiente del premio Nobel de la Paz y presidente de una república constitucional que es miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, se expresara sin reservas sobre la deseabilidad de asesinar a una persona.

Y es que "asesinar" a una persona, en términos jurídicos, implica matar con malicia premeditada y sin una justificación legal. Incluso, según los Convenios de Ginebra que regulan los conflictos armados, constituye un crimen de guerra el asesinar a una persona en circunstancias en las que no esté presente una legítima defensa o, en ausencia de un conflicto bélico, la secuela de una declaración oficial de guerra.

El incidente me hizo recordar dos momentos históricos muy importantes: los juicios de Nuremberg, cuando fueron procesados cientos de nazis por crímenes de guerra; y el operativo autorizado por Golda Meir, y ejecutado por el Mossad, para asesinar a los que planificaron el ataque a los atletas israelíes en las Olimpíadas de Munich.

Al terminar la Segunda Guerra Mundial, surgió la inquietud de qué hacer con los criminales de guerra. Churchill sugirió que, luego de ser identificados, debían ser asesinados o fusilados. Truman se opuso, prefiriendo la celebración de un juicio con el que sus acciones fueran juzgadas y conocidas. Ciertamente, gracias a la celebración de ese proceso, nadie puede negar la existencia del holocausto ni olvidar las barbaries del Tercer Reich. Por otro lado, el Mossad logró la eliminación de los organizadores del ataque, pero sus sucesores fueron aun más radicales y...

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