El campo en la ciudad

Por Amaya García Velasco

Aunque muy pocos de mi generación somos trujillanos de nacimiento, muchos de los que nos criamos y vivimos aquí, nos llamamos trujillanos sin recelo. ¿Por qué? Las razones son infinitas, pero una de ellas es porque a Trujillo Alto se le conoce como el campo en la ciudad; un pueblo con amplias montañas, ríos y hasta diversos climas, justo en el medio de la zona metropolitana. Cuna de políticos, escritores, artistas y la mejor ruta del lechón al este de Guavate.

Ubicado en el noreste de la Isla, no tiene costas, pero su posición ideal entre San Juan, Carolina, Caguas y Gurabo lo han convertido en el destino para quienes desean escapar del ajetreo metropolitano sin viajar muy lejos.

Pero su encanto no se limita a sus campos, ya que con sólo 20.9 millas cuadradas, Trujillo Alto está lleno de historias, comenzando por el apodo de sus habitantes: los "arrecostaos". Según la Oficina de Desarrollo Cultural y Turismo del Municipio, la leyenda dice que desde tiempos inmemorables, ciudadanos tenían la costumbre de recostarse de cualquier superficie dura para conversar. De hecho, hasta existió La Piedra del Arrecostao, donde ahora ubica la Biblioteca Municipal Emilio Díaz Valcarcel.

Con ese poquito de historia, y tomando una ruta similar a la del famoso Maratón del Arrecostao, comencé con varios amigos nuestro recorrido en los comienzos de la PR-181 y nos desviamos a la PR-175, donde subimos la carretera que bordea el Embalse Carraízo. Allí, iniciamos la Ruta Trujillana del Lechón, una de las numerosas paradas de nuestro viaje.

Rodeado del verdor de la montaña y la tranquilidad del lago Carraízo, se encuentra un paraíso metropolitano para los amantes del lechón. Desde cada lechonera emanan olores que hacen difícil resistirse a pararse a comer cuerito, un buen pedazo de lechón asado o una buena morcilla. Así, nuestra primera parada fue en Angelito's Place, un lugar con vista privilegiada al lago y comida típica para chuparse los dedos.

"Llevo 23 años en el negocio, pero se abrió por primera vez en el 1963 por mi papá, Angelito", explicó Yubetsy Toledo, propietaria del local. "Aquí viene gente de diferentes sitios de alrededor de la Isla. Ha ido creciendo la clientela, porque unos le dicen a otros: 'Mira, allí hacen un lechón bien bueno'". Aunque las filas pueden ser interminables un sábado por la tarde, vale la pena probar el sabor de Trujillo Alto en una libra de lechón del país acabado de cortar, morcilla hecha en la casa o un...

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