Colonoscopía de un escándalo

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

No voy a repasar los detalles escabrosos pregonados hasta la saciedad por los medios. Total, tan acostumbrados nos tienen nuestros excelsos legisladores a todo tipo de fechorías sexuales, fiscales y culturales que ya nada nos estremece. Ésta última, que ciertamente no es la más grave, ha capturado la imaginación popular. El relato de un vulgar desliz erótico se ha colocado en la borrosa frontera entre la farsa y la tragedia.

De primera intención, nos topamos con una intriga clásica de la baja comedia: un honorable engabanado, todo un señor portavoz de la mayoría reinante, retratado e internetizado en pelota. El cuadro es demasiado irresistible como para que no se desate el vacilón inmisericorde entre los espectadores del "strip-tease" senatorial. Las rígidas posturas oficiales del nudista clandestino quedan irónicamente desmentidas por esas otras, flexibles y provocadoras, que espolean la revancha de la risa.

¿Quién no disfruta los resbalones de los cocorocos? Y más cuando se acompañan de la revelación de sus miserias secretas. Convertido el destape en plato fuerte de programas chismográficos y el destapado en blanco fácil de sus dardos, la farsa se aleja del entretenimiento para acercarse al escarmiento. De repente, aflora otra imagen: la del hombre desgarrado por sus conflictos irresueltos. Y el sainete irreverente adquiere un insospechado matiz trágico. La historia del ridículo público es también la del tormento privado.

La condición humana, ya se sabe, está sujeta al flujo y reflujo de las contradicciones. Algunas hay tan flagrantes que rayan en lo irreconciliable. ¿Cómo se puede ser gay -encubierto o declarado- y a la vez partidario del republicanismo a lo Tea Party? El discurso ultraconservador que rinde culto oportunista al fundamentalismo comebiblia se distingue precisamente por su rabiosa manía homofóbica.

Como bien lo han demostrado las recientes caídas en desgracia de algunos congresistas del "Grand Old Party", los militantes de esa colectividad predican la moralidad y practican la duplicidad. Papito Dios tocó mi corazón, proclaman en campaña con los ojos en blanco. El Señor es testigo de mi inocencia, murmuran cuando los pillan con los calzoncillos abajo.

Fanatismo fariseo aparte, surge otra objeción insoslayable: ¿cómo puede puertorriqueño alguno identificarse con un grupo tan racista? Si de imitar a los americanos se trata, habría que copiarse de lo...

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