Crímenes de alto perfil

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

No todos los casos cualifican para ese estatus elegante. Entre la zafra homicida que auspicia diariamente Puerto Rico, los que protagonizan los ricos y los famosos consiguen un "rating" superior.

Prensa y audiencia los siguen con la misma pasión adictiva que inspiran los programas de chismes y las revistas dedicadas a los secretos de las celebridades. Los crímenes del vulgo sólo pueden competir con los de la gente chic en el plano de la atrocidad.

Tres casos han desatado un frenesí que no se veía desde los tiempos de Lydia Echevarría: el de la mucama, el de Pablo Casellas y el del niño Lorenzo. Hasta sus títulos resultan sugestivos. El primero no lleva un nombre propio sino un apodo perfumado para un oficio sin brillo. El segundo tiene más apellido que nombre. El tercero es el único que alude al difunto, tristemente acompañado por su infancia tronchada.

¿Por qué fascinan tanto estos casos? Entre otras razones, porque son rendijas que permiten espiar mundillos normalmente inaccesibles. Los pudientes suelen vivir parapetados en sus búnkers civiles. Guardias, vallas y telemandos custodian día y noche urbanizaciones y condominios exclusivos garantizándoles un escudo permanente de privacidad. Cuando una muerte violenta hace estallar las barreras protectoras de esas zonas vedadas, los dramas íntimos de sus habitantes se desnudan ante el ojo público.

El caso de la mucama y el de Casellas colocan a dos familias de la judicatura bajo la mirilla penal. Los jueces, ya se sabe, ocupan el sitial más prominente entre las filas de la aristocracia abogadil.

Revisten -además de un poder evidente- un gran prestigio social. Especie de procónsules imperiales en la colonia, los del Tribunal federal gozan de un respeto rayano en el temor. Pero la clase togada preside sobre el destino de ciudadanos provenientes, en su gran mayoría, de sectores marginados. Eso no le asegura demasiadas simpatías.

¿Quién no recuerda aquella popular telenovela mexicana de los setenta: "Los ricos también lloran"? La secuela podría llamarse "Los ricos también matan". Hay una innegable satisfacción reivindicativa en ver a los de arriba sometidos a las vicisitudes de los de abajo. El prejuicio que supone la intrínseca maldad del poderoso pesa tanto en el ánimo como el que supone la esencial culpabilidad del desposeído. Uno u otro pueden ser absueltos o condenados a priori según el lente del juzgador.

La identidad de género y, en...

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