Defensora de la historia

CIUDAD DE PANAMÁ.- Detrás de un panel de cristal, en una solemne sala en la que solo se escucha una desgarradora voz que pide a un pueblo dejar a un lado la violencia tras la muerte de un hijo, el Museo del Canal Interoceánico de Panamá custodia una bandera nacional que lleva en sus costuras las ilusiones y los lamentos de un pueblo.

Es la misma bandera que estudiantes de escuela superior intentaron izar en terreno bajo control estadounidense en 1964. Policías y ciudadanos estadounidenses se lo impidieron, les arrebataron la bandera. Empujones y gritos se convirtieron en golpes y disparos. Una veintena de muertos, 300 heridos y una bandera hecha trizas fueron los detonantes para una lucha diplomática que duró décadas para lograr que los panameños recuperaran suelos que estaban en poder de Estados Unidos.

Esa bandera se convirtió en un símbolo nacional, el recuerdo constante del Día de los Mártires. Durante años estuvo guardada alejada del público. Pero, en 2013, se llevó a España a restaurar, para que los panameños pudieran verla nuevamente cuando ya habían recuperado los terrenos donde por décadas la bandera de cuadros y estrellas no pudo ser ondeada.

La acompañante de la bandera al cruzar el océano Atlántico: la doctora puertorriqueña Ángeles Ramos Baquero.

De hablar ligero y temperamento sereno, Ramos Baquero ha sido por 20 años la directora y curadora del Museo del Canal de Panamá. Llegó a ese país en 1988, luego de casarse con un historiador panameño que conoció mientras trabajó en un congreso de historia organizado por la Universidad Interamericana, donde daba clases. El país centroamericano le abrió las puertas y, como quien se desvive por agradecer las bendiciones recibidas, Ramos Baquero ha creado -junto a un comprometido equipo de trabajo- un museo que en cada exhibición, en cada pared y hasta en el suelo cuenta la historia de una nación que es mucho más rica y compleja que la espectacular obra de ingeniería que permite que los barcos pasen del océano Atlántico al Pacífico.

El amor por la cultura y la educación corre por sus venas. Una sonrisa se estaciona en su rostro cada vez que menciona a sus padres -Ildefonso y Ángela- y su crianza en Ciales. Su padre era gerente en una fábrica de tabaco, su madre se dedicó a criar a los cuatro hijos a quienes, desde pequeños, le inculcaron el valor de la lectura y del servicio público, pero en cuanto estos completaron sus bachilleratos, doña Ángela se matriculó en la Universidad Interamericana para estudiar trabajo social.

“Yo reivindico mucho mis orígenes, son orígenes de los que me siento profundamente orgullosa y la visión que tuvieron mis padres. Nos llevaban a San Juan a los museos, al Teatro Tapia; nos llevaban a las exhibiciones del Instituto de Cultura, que tenía una librería y recuerdo que con muchos sacrificios nuestros padres nos dejaban comprar los libros que quisiéramos. Por eso digo que yo tuve esa fortuna de que mis padres estaban convencidos de la importancia de la cultura para darte las herramientas para enfrentarte al mundo y mira tú, las vueltas que da uno”, relató quien se autodescribe como “panarriqueña” desde su oficina, inundada con los sonidos de los autos que atraviesan las calles del Casco Viejo, que tanto recuerda al Viejo San Juan, y el chillido de los talingos, que es como se refieren a lo que en la Isla son changos.

Y esas vueltas de la vida la han llevado lejos. Para ella su misión en la vida es educar y su patria son los museos. A través de los museos ha cruzado fronteras, ha llegado a los lugares más recónditos de Panamá para trabajar con comunidades indígenas y en su corazón guarda un lugar especial para el trabajo con estudiantes y sectores desfavorecidos, como los confinados y los más pobres.

El mes pasado se...

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