El depósito de obras

La primera regla es guardar el secreto. No podemos dar direcciones ni pistas de la ubicación. Hemos llegado hasta allí con las instrucciones precisas sin saber qué esperar. Hemos pasado un portón, un guardia y hemos firmado un documento. Nombre, apellido, hora de llegada. Casi al terminar, aparece el director del Programa de Bellas Artes del Instituto de Cultura Puertorriqueña, Ángel Antonio Ruiz Laboy. Nos saluda con una sonrisa y nos guía hasta una estructura terrera, cerrada, rectangular. Se detiene frente a una puerta en metal de dos hojas, grisácea, maciza. No tiene letreros, nada que la identifique.

“Esperen aquí un momento”, dice y sube por unas escaleras de una estructura aledaña. El sol pica la piel y empaña la mirada, como si fuera cómplice del secreto. Y permanecemos allí, parados, a la espera, frente a aquel misterio. Pasan cinco minutos y regresa el director, acompañado de dos personas. Un hombre, Ángel Cruz, y una mujer, Maribel Canales. Son auxiliares de registrador, nos dicen, y asentimos, como si supiéramos qué tipos de auxiliadores son. Luego lo descubriríamos.

La mujer se acerca a la puerta, pasa una identificación por un censor y oprime un código en un panel de seguridad. Hala. Un aire frío nos recibe. Cruzamos el umbral. La piel se eriza por la baja temperatura, pero también por sabernos allí, en el depósito de obras del Instituto de Cultura Puertorriqueña. En el lugar donde se guardan los tesoros que nos hacen país.

Ya adentro, se deshace el imaginario. La bóveda oscura, con túneles fríos, repleta de cuadros y figuras tiradas por todas partes, las telarañas, el soplar el polvo y limpiar con la mano un retablo para descubrir un Campeche… Toda esa construcción, el mito, se derrumba al cerrarse aquella puerta. Acá todo es orden, limpieza, temperaturas precisas -entre los 65 a los 68 grados Fahrenheit-, controles de humedad, de plagas, cámaras de seguridad, sistema de fumigación, de extinción de fuego a base de gas, iluminación controlada. Estricto protocolo. El lugar parece más cárcel que depósito, con rigurosos controles para cada área.

La bienvenida la dan Ángel, Maribel y otras dos auxiliares que se han unido, Carmen Torres y Laura Quiñones. Todos llevan entre 13 a 22 años guardando el secreto. Se conocen el depósito como la palma de su mano y hablan con una tímida pasión sobre su trabajo. Son los que registran, mantienen y custodian las cerca de 60,000 piezas que forman parte de la colección de arte más grande del...

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