Desaciertos sonoros y aplausos invitados

Luis Hernández Mergal

Especial para El Nuevo Día

El programa prosiguió con la "Sinfonía núm. 101 en re mayor (El reloj)" de Franz Joseph Haydn. Sorprendentes resultaron los peregrinos comentarios del Sr. Irizarry al finalizar el primer movimiento, para "darle permiso" al público para aplaudir entre movimientos, instrucciones tan irrisorias como poco aconsejables, sobre todo después de tanto trabajo que se ha pasado para educar al público en sentido contrario. Sí, en la época de Haydn el público aplaudía entre movimientos. También gritaba, jugaba cartas y le lanzaba comida a los artistas que no resultaban de su agrado. Quizás el Sr. Irizarry también quisiera revivir estas malas costumbres de épocas pasadas. No serían pocos los directores que tendrían que salir corriendo del podio. No es ésta más que una estrategia de última hora, muy desacertada en nuestra opinión, que busca relajar la supuesta formalidad "excesiva" de la sala clásica actual, que no es sino el producto de una mejor conciencia de la cualidades formales de la música, por lo menos entre el público conocedor. El único efecto que tiene esta nueva moda es faltarle el respeto a la música, trivializando su ejecución. Quizá previendo esto fue que el escritor inglés Oscar Wilde dijo en su momento, "Art should never try to be popular. The public should try to make itself artistic". El Sr. Irizarry debió ocuparse mejor en buscar la prístina sonoridad clásica, la perfección en la afinación de las cuerdas, así como otras cualidades necesarias para una interpretación fiel al estilo clásico de finales del dieciocho, que brillaron por su ausencia.

El "Concierto en re mayor para oboe y pequeña orquesta", de Richard Strauss, interpretado por...

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