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Fábula del auto y el CDT

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Vincent

EDGARDO RODRÍGUEZ

En predecible tertulia, junto a varios amigos de la izquierda folklórica, profesores universitarios todos ellos, oía cómo se quejaban de que el actual " capitalismo salvaje" nos ha convertido a todos en esclavos. Todos en la mesa éramos esclavos de clase media, con pensión, auto y seguro de salud privado.

Me crié con una unidad pública en "los bajos" de nuestra casona en Aguas Buenas. Vi gente descalza y niños calenturientos envueltos en frazadas, haciendo fila para recibir asistencia médica. Era, lo que llamaba mi abuela, "gente humilde". Mientras aquellos jíbaros esperaban en silencio, y de pie, mi familia gozaba de una movilidad social que muy particularmente se concretaba en aquel Pontiac cromado del año 1952, que usábamos para visitar El Yunque, la lejana Parguera, el Cabo de Mala Pascua, Las Croabas, Corsino's en la playa de Naguabo y La Unión de Todos en Barranquitas. Éramos una familia de clase media en buena disposición de conocer Puerto Rico, justo para quererlo mejor.

Nos mudamos a la 65 de Infantería y a los once años, jugando pelota, un bate lanzado me cortó sobre el ojo izquierdo. Para no alarmar a mi madre, fui caminando toda la 65 de Infantería hasta el Hospital Municipal de Río Piedras. De nuevo, el contacto con la "gente humilde", esta vez sentados, como también los veía en la Unidad de Salud Pública de la calle Padre Capuchinos, camino al Colegio San José. Aquel edificio de la Unidad de Salud Pública estaba pintado con un gris terrible, oncológico y fatal.

Un poco más adelante, en los años setenta, en mi primera juventud, me percaté de que muchos puertorriqueños justo entonces comenzaban a tener acceso a un auto. Algunos de mis estudiantes universitarios habían recién visitado El Yunque. El auto se imponía como medida de movilidad social para la clase media. Hacia esta época, en que era cada vez menos la "gente de a pie" que mencionaba mi madre, el Hospital Municipal de Río...

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