El francés que se enamoró del Caribe

Por Ileana Delgado Castro

idelgado@elnuevodia.com

Y quien lo ve en su motora Harley Davidson o paseando en su espléndido corvette amarillo por las carreteras de Humacao y Caguas, no lo pone en duda. Más que nada porque es obvio que se ha acoplado muy bien a la vida en el trópico.

Aquí llegó junto a su esposa Lucette y sus dos hijas, Celine y Severine, con la encomienda de abrir un restaurante en Palmas de Mar. La propuesta era quedarse por unos siete meses y aceptaron el proyecto con la idea de que sería como unas vacaciones.

"Yo llevaba diez años trabajando para una compañía que tenía casinos, cabarets y restaurantes en el sur de Francia. Quería progresar y pedí un ajuste de salario a mi jefe, pero él me hizo dos propuestas: una para trabajar en un casino muy cerca del área donde vivía y la otra, abrir un restaurante en Puerto Rico", cuenta Vasse, con su típico acento francés, gutural y melodioso.

Entre risas, recuerda que fue a la casa y le habló a su esposa sobre las dos ofertas, siempre pensando que la segunda era la más atractiva. Pero creía que Puerto Rico estaba ubicado relativamente cerca, nada menos que en Portugal.

"Estábamos muy entusiasmados y cuando buscamos en el mapa nos dimos cuenta que era un puntito entre América del Norte y América del Sur. Pero decidimos aventurarnos y le dije a mi esposa que como era un contrato de siete meses hiciera las maletas como si nos fuéramos de vacaciones", relata Vasse.

Llegó a la Isla en septiembre de 1982, a un Palmas del Mar que todavía no estaba completamente desarrollado. En esa época, recuerda, había un campo de golf, un club de tenis y un aeropuerto privado, mientras que la marina todavía se estaba construyendo. Y aunque el lugar le fascinó, dice que se decepcionó mucho cuando vio el "restaurante" que se suponía iba a abrir.

"Era como un bohío... Fue una gran sorpresa. Pero estábamos sorprendidos con la belleza del lugar. Así que empezamos a trabajar; mi esposa como mesera y yo como chef", recuerda Vasse, mientras acepta que esos primeros meses fueron difíciles. No sabían español ni inglés y, al principio, el restaurante no recibía muchos comensales.

Pero eso no fue impedimento para que, poco a poco, se adaptaran y aprendieran el idioma que, según dice, él practicaba en la cocina y en un negocio cercano donde tomaba café todas las mañanas. Ya para diciembre de ese año, recuerda, comenzó a tener más clientes y el espacio empezó a conocerse más. Y cuando finalmente regresaron a Francia, sabían que...

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