Geografías personales

Los temas perennes de la poesía están en este primer libro de Ruth Merino Méndez: el paisaje -a menudo como correlato del yo- el dolor, el amor, la ausencia. También la poesía misma. Las actitudes son asimismo recurrentes: la apropiación del mundo físico, la indagación, el lamento, la búsqueda. El resultado es, sin embargo, un poemario de índole muy personal.

La periodista chilena que ha hecho su vida entre nosotros, contribuyendo con sus múltiples aportaciones a esa conversación general que tienen los países consigo mismos a través de los medios de comunicación, ha conversado también con su propio yo a través de los años de su práctica poética. Nunca antes, sin embargo, había compartido esa práctica. Este libro carga dentro de sí múltiples manifestaciones y revelaciones correspondientes a diferentes momentos de su vida y de su conciencia artística.

Presente en estos poemas está el lejano país de origen, Chile, tierra larga y estrecha, nunca lejos del mar; tampoco de las montañas ni del desierto norteño, cuya evocación sienta -al inicio- la pauta del libro. En el poema “Paisaje lunar del Atacama” hay descripción, historia y apropiación: “Paisaje de arenas milenarias,/ podrías ser paisaje/ del corazón humano,/ con tu geografía solitaria…”. Hermanado con la muerte (“Así la muerte/ vendría misteriosa/ y amable/ en el paisaje amado/ que retengo apenas/ en mi memoria ausente”), el paisaje -en “Océano bravío”- recuerda también la unidad de cuanto existe: “… huyen las horas,/ pero tú permaneces/ con tu abrazo/ profundo y atrevido,/ en tu hostil inmensidad/ hemos nacido/…/Nuestros átomos/ guardan su secreto/ marino,/ y marcan tus relojes/ pacientemente/ el tiempo/ hasta que seamos/ otra vez/ uno contigo”.

La sección “Palabras” va a la raíz de la creación literaria: el poder evocativo de la palabra (“Entonces las palabras son ánforas/ que guardan lo que he sido/ palabras que descubren/ un mundo sumergido/ al que me asomo a veces/ para hallar lo perdido”), y sus posibilidades de alcanzar un sentido último, unificador de símbolos y realidades. Versos como “que cada palabra sea/ débil línea que nos une..." de “El nombre de las cosas”, recuerdan los...

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