Gracia de la cabeza a los dedos

POR JOSÉ CURET

Especial para El Nuevo Día

Quien haya pasado por la Avenida Piñero quizá haya observado unos estuches de guitarras guindando del toldo de un establecimiento. Allí las vitrinas exhiben libros y métodos para aprender a tocar guitarra y otros instrumentos de cuerdas. Y tras el mostrador, reparando estos preciosos objetos musicales o dando clases al fondo, está Manuel Gracia, acompañado de su esposa, Lourdes Ramis, quien siempre exhibe una perenne sonrisa.

¿Quién es este maestro y cómo se impuso aprender y enseñar a otros a tocar guitarra? "Soy español, de Castilla la Vieja. Desde pequeño tuve afición por la guitarra, pero fue en el primer viaje que di a Cuba. Tendría nueve o diez años, y en el barco (le pregunto el nombre del barco) sí, era el 'Marqués de Comillas', allí había un piano, y empecé a tocar (la tonada) de 'La vaca lechera'. Y luego en España tomé la guitarra, pues me inclinaba por la música flamenca".

Quiso entonces aprender a tocar flamenco. Aunque puede aprenderse a través de libros y discos, "siempre hace falta un instructor", comenta.

De vuelta a Cuba, donde estaría 16 años, se hizo amigo de guitarristas quienes pasaban por allí de gira a dar espectáculos. Buscó cómo aprender de ellos, pero no logró que le dieran clases. Empezó entonces a convidarlos a darse tragos, y entre trago y trago iban dándole una a una las lecciones.

El género del flamenco tiene innumerables variantes y rasgueos. Así que aprenderlo a tocar, pagando por los tragos, le salió bastante caro, dice entre risas. Estando en Cuba también tomaría lecciones de canto. Ha olvidado el nombre de la maestra, pero recuerda haberla visto en varias películas junto a Jorge Negrete.

Son numerosas las anécdotas que le acontecieron en aquella época, cuando salía en los escenarios. "Estando en Nueva York -recuerda- iba a tocar en el Alameda Room. Se presentaba allí Sabicas, padre del flamenco y padrino de Curro y Olga Amaya, bailarines. Llegué rayando al show, y no pude practicar con ellos. Empezaron a bailar. En el número final de rumba flamenca no me daban el 'cue' para cerrar, y allí metí un 'ataruzo' (un grito) y fue todo un éxito".

En otra ocasión, estando en Cuba como integrante de un cuarteto, tenían programada una grabación. Pero entraron en apuros cuando el carro en el cual viajaban se averió. Llegaron empujando el auto justo cuando comenzaba la sesión. Por eso ahora siempre le recomienda a sus estudiantes llegar a los compromisos musicales al menos...

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