El gran éxodo venezolano

Nota del editor: El Nuevo Día se encuentra en Venezuela para cubrir los sucesos antes, durante y después de las elecciones presidenciales del próximo domingo. Esta es la segunda entrega de la serie “168 horas en Venezuela”.

CARACAS, Venezuela.- En la casa grande en que viven Milgreth Añez y su familia, en un suburbio de clase alta en esta ciudad, era pequeño hace poco el espacio para el tradicional almuerzo dominical que reunía allí a hijos, sobrinos, parejas, medio mundo. Protagonizaban estos encuentros los dos hijos de Migreth, una empresaria de seguros, los dos de su esposo, Mickey Cappai, un importador de productos médicos, más otros familiares y allegados.

“Fijos éramos 14, pero estaban también las novias de mis hijos y de mis sobrinos. Era lo que uno se imagina como la foto perfecta de un domingo familiar”, dice Milgreth, con los ojos humedecidos por la emoción, fijos en el vacío, evocando aquel tiempo, no tan distante realmente, en que todos sus seres queridos estaban, si no en su misma casa, al menos en su misma ciudad.

El país y la unidad familiar, poco a poco, empezaron a derrumbárseles alrededor.

El conflicto político arreció con una polarización que cada día es mayor y que a menudo desemboca en batallas campales en las calles. La situación económica se salió de control con la hiperinflación que hace que los productos aumenten dramáticamente de precio de la noche a la mañana, literalmente. Hoy día, el 87% de los venezolanos vive bajo el nivel de pobreza y la mayoría tiene dificultades para comer regularmente tres veces al día.

La inseguridad, por otro lado, dejó de ser problema de algunos sectores de las ciudades, para convertirse en un cáncer que corroe a todo el país.

La gente empezó a irse. Por millones. Entre estos los dos hijos de Milgreth, los de sus esposo, casi todos sus sobrinos. “La foto familiar de los domingos se convirtió en la foto de las despedidas”, dice Milgreth, cuyos dos hijos están en Argentina, mientras los dos de su esposo, que también vivían con ella, están uno en España y el otro en Estados Unidos.

“Los domingos había que armar mesas para que todos cupiéramos. Ahora somos solo seis”, dice la madre de Milgreth, Gladys Bravo, a quien le quedan en Venezuela solo dos de siete nietos.

Pocas cosas ilustran mejor que un país la está pasando mal que sus niveles de emigración. Cuando un país está bien, todo el mundo quiere irse a él. Cuando le va mal, salen en grandes éxodos. Puerto Rico, que ha perdido el 10% de...

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