Mantequilla

Rafael Acevedo

En los tiempos de los Beatles mi padre comenzó a hablar del corazón, del colesterol y las grasas saturadas. Según estudios de aquellos tiempos la mantequilla, esa asesina seductora, nos mataría a todos con lentitud perversa. Primera vez que escuché que el placer estaba reñido con la longevidad. Pasé días mirando "Titanes en el ring" tratando de entender por qué era así de injusta la vida.

En dos semanas esa angustia desapareció. Otras cosas llenaron mi inquietud. La mantequilla dejó de ser pecado.

Eso, hasta que al cumplir cierta edad comencé a preocuparme por las grasas saturadas. Le dije adiós a la seductora, la más delicada comida entre los bárbaros, según dijera Plinio.

Descubrí luego que el mundo está lleno de placeres sin mácula. La mantequilla aparece en los refrigeradores sin grasa, con omega 3, sin sal, sin sabor y así. Y la prima margarina va por el mismo camino de la redención.

Así tropecé un día con el ghi. Una revelación. Una suerte de mantequilla hindú para rituales religiosos, encender lámparas y comer. Mejora la memoria. Promueve un aumento en la calidad y cantidad de semen. Para que uno no se olvide.

No hay modo de no ser feliz...

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