En marcha una metamorfosis en la Isla Nena

Nota del editor: Este es el primero de una serie de reportajes sobre Vieques a 20 años de la muerte de David Sanes, evento que marcó el proceso para sacar a la Marina de isla.VIEQUES.- En los tiempos en que la Marina de Guerra de EE.UU. bombardeaba salvajemente a esta isla a veces hasta por 200 días al año, a nadie parecía interesarle la modesta casa en el barrio La Esperanza que don Carmelo Rosa y doña Gabriela Ponce construyeron con sus propias manos, en la que criaron a sus hijos y en la que han vivido desde la década del 1950."Muchacho, cuando bombardeaban esto temblaba como tú no tienes idea… hay par de casas ‘rajás’ por ahí, lo que pasa es que esta está bien hecha", dice don Carmelo, de 82 años, empleado municipal retirado, combatiendo el calor en su terraza durante una sofocante tarde de domingo.La casa, blanca, discreta pero cuidada con esmero, queda en un promontorio al terminar el malecón La Esperanza, en el sur de Vieques. Desde la terraza, hay una cautivadora vista del fulgurante mar poblado de veleros, del frondoso Cayo Afuera y, un poco más allá, desfigurado por el vapor de la tarde, el infinito horizonte.Cuando terminaron los bombardeos militares en 2003, esa vista empezó a parecerle atractiva a gente que antes jamás había mostrado interés en una isla que la mayor parte del año vivía entre estruendos, bombazos, temblores y vientos preñados de tóxicos.El cambio fue abrupto.Desde poco después de que la Marina saliera, gente rara empezó a rondar la casa. Cada cierto tiempo se ven hombres blancos, en gafas oscuras, tomando fotos y notas, midiendo. Son estadounidenses. Algunos se acercan a la casa. De manera cordial, eso sí, preguntan en inglés o en español difícil si la casa está en venta. Cuando don Carmelo y doña Gabriela responden que no están interesados en vender, se van sin insistir.Hubo no hace mucho uno que fue un poquito más lejos. Lo cuenta doña Gabriela: "Vino con una libreta. Era un americano. Me la dio y me dijo que pusiera ahí el precio que yo quisiera por la casa. Y yo le dije ‘esto no tiene precio’ y le devolví la libreta. Esta casa no tiene precio". Agrega don Carmelo: "Esto lo construí para los hijos míos. Si acaso ellos quieren venderlo, lo venden. Pero yo no".La casa la levantaron don Carmelo y doña Gabriela ellos mismos, bloque a bloque, en una parcela que les dio el gobierno en el 1950. Sus hijos tienen 60, 59 y 58 años. ¿Cuánto podría costar la casa?, se le pregunta a don Carmelo. "No tengo idea, pero han...

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