Matan la ley de pruebas de ADN

Es la medianoche del viernes 31 de agosto de 1990. Una joven de 20 años, universitaria, artista, religiosa, llega a su casa en Embalse San José de San Juan de un ensayo musical. Tres hombres enmascarados la esperan. Uno la encañona y entre los tres la obligan a subir a su propio auto. La llevan a un paraje solitario cerca de la base aérea Muñiz en Carolina. Se turnan para violarla, sodomizarla, agredirla y someterla a todo tipo de abyecciones.

La hubieran matado, tal vez, de no haber tenido la fortuna de que una patrulla de la Policía, en una ronda rutinaria, pasara cerca. Los hombres huyeron mangle adentro. La joven, semidesnuda, enlodada, histérica, fue rescatada.

Cuando se supo de esto en San José, la comunidad de clase obrera y asediada por décadas de problemas sociales, se sintió estremecida. Los rumores (“fue este, fue aquel, fue el otro”) florecieron y se propagaron febrilmente por la comunidad, como un fuego en pasto seco. En algún momento, prácticamente cada joven de San José fue mirado con recelo.

Los rumores alcanzaron y enredaron también a José Armando Torres Rivera, a quien por allí conocían como “Burón”. Torres Rivera se había criado en San José, pero llevaba cerca de un año viviendo con sus padres –él, albañil; ella, ama de casa– en el residencial Villa Andalucía en Río Piedras.

Tenía 17 años. Estaba fuera de la escuela desde sexto grado. Su vida eran la esquina, la novia, los gallos, los caballos y un trabajo ocasional como albañil con un tío. No tenía récord criminal.

“Llegaron los agentes por la barriada preguntando. Pero como yo no tengo que ver nada, pensé: ‘eso no me importa a mí’. Cuando me entero al par de semanas que yo era sospechoso. Me citan a la Comandancia de Carolina y como no tengo nada que ver, pues, vamos pa’ allá, ¿verdad? Fui, me entrevistaron normalmente. Después me dijeron: ‘te puedes ir’. Así, par de días...”, cuenta Torres Rivera.

En ese “par de días” ocurrió lo que él jamás esperaba: tras verlo en una rueda de confrontación, la joven lo identificó como el líder del grupo que la atacó.

La identificación fue el 16 de octubre de 1990. Desde ese mismo día, Torres Rivera está preso. El Tribunal de Menores renunció a su jurisdicción, fue juzgado como adulto y el 31 de mayo de 1991, condenado a 224 años. “Al darme 224 años, uno con 17 años siente que se le acabó el mundo”, dice Torres Rivera, entrevistado en una cárcel de Bayamón.

27 años después de estos hechos, habiendo pasado toda su vida de adulto preso, Torres Rivera, quien tiene ahora 45 años –y a pesar del pelo canoso, mantiene un aire de muchacho en la mirada–, sigue reclamando que es inocente.

“Si...

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