“Mi vida cambió cuando nació mi hija”

Cuando no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos. Viktor Frankl

El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de un error. Pablo Neruda

Miré los ojos de mi hija y se convirtió en mi mundo. Por ella cambié. Aníbal Santana Merced

El primer pensamiento nace de un científico austriaco. El segundo, de un poeta chileno. El tercero, de un exconvicto puertorriqueño que se paseó desde la niñez por el inframundo, dejó muchas víctimas en su camino, tocó fondo, se hipnotizó con la mirada de su hija, se enamoró de la literatura e inmoló su yo interno para reconstruir pieza por pieza su vida.

Desde que tuvo conciencia, veía a su padre pateando y golpeando a su madre. A los 11 años, entró por primera vez al sistema carcelario y vivió prófugo de la justicia. A los 12 años, tenía un auto y un arma de fuego. A los 13 años, era jefe de una ganga de robos poderosa a nivel isla. El bajo mundo era lo único que conocía. A los 17 años, fue sentenciado a 262 años de cárcel por crímenes violentos. A los 18 años, su vida era una gran cicatriz abierta supurando violencia.

Pero un día, conoció una pequeña con su ADN, que con su sola presencia lo salvó. Salió de las profundas tinieblas y desechó lo que conocía como existencia. Con solo dos semanas de nacida, su hija no tenía que hablarle para provocar en él lo que nadie había logrado: una metamorfosis profunda.

Originario del barrio Camarones de Guaynabo, Aníbal Santana Merced no recuerda con precisión el día en que abandonó su hogar. Cree que fue en Nochebuena, que tenía solo 11 años. Se fue a las calles, huyendo de la violencia de su padre, de esas escenas que lo angustiaban y que a su corta edad no era capaz de controlar.

Se fue y tras sus pasos iba dejando caer los pocos retazos de inocencia que alguna vez guardó.

“Llegué a la cárcel porque dejé mi casa cuando tenía 11 años”, dijo Santana a El Nuevo Día en una entrevista en la que evidenció que la rehabilitación no es un mito.

¿Por qué dejó su casa?

—La dejé porque mi padre era alcohólico maltratante y no podía vivir bajo el mismo techo con él. Él era una persona que prefería beber ron a llevarle comida a sus hijos. Me fui y comencé a robar para llevar comida a mi casa.

¿Qué fue lo peor que vivió con su papá?

—Ver cómo golpeaba a mi madre. Verla todos los días con la boca rota, con los ojos morados. Me destruyó la vida y por eso me fui.

¿Su mamá trató de retenerlo?

—Mi mamá me adoraba con toda su vida, pero ella no tenía fuerzas para enfrentarlo a él.

¿Cuál fue ese detonante que hizo que se fuera?

—Estoy casi seguro que fue una Nochebuena. Estaban todos bebiendo en la casa, celebrando ese día. Cuando mi padre bebía terminaba borracho y golpeando a todos sus hijos. Ese día, él le estaba dando una paliza bien grande a mi madre. Yo estaba en el balcón y escuché los gritos. Cuando entré, él la tenía en el piso pateándola. Mis hermanos y mi familia lo miraban, le tenían miedo.

¿Qué hizo?

—Recuerdo que en una se eñangotó y le estaba dando en la cara a mi mamá. Yo me le trepé en la espalda, pero como era un niño, me cogió y me tiró contra el piso. Me dijo que el día que volviera a levantarle una mano, me iba a matar. Me fui de mi casa al otro día.

¿Se fue por miedo?

—No, me fui...

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