Monigotes al poder

Cuando se hubo disipado la briosa ventolera de las encuestas y quedaban apenas los últimos trazos de la humareda de la explosión de especulaciones, permanecía erguida la pregunta, como un árbol que hubiera resistido incólume el embate de un ciclón: ¿vale la pena ser el gobernador o gobernadora de un país, sin tener la última palabra de cómo se conducen los asuntos en dicho país?Dicho de otro modo: ¿tiene sentido llamarse "gobernador" sin poder de verdad gobernar?Esa es la disyuntiva que debía estar consumiendo hoy, año preelectoral de nuestro señor Jesucristo, los inquietos espíritus de quienes sienten ardiéndole por dentro el fuego de querer ser gobernador o gobernadora.Pero parece que no lo está.Exponerse al juicio, y no pocas veces al escarnio, del público; ponerse a escribir largos programas de gobierno; estar día y noche en la calle, incluyendo domingos y días feriados o sobre todo domingos y días feriados, haciendo campaña, dejando, en el camino, de ver a los hijos crecer; bailar en tarimas o en comedias de televisión; "lamber ojo" a quien da el dinero para la tumbacoco y los pasquines con el retrato "photoshoppeado"; todo eso, y muchísimo, muchísimo más, para que, al final del día, un no electo de por allá, de otro sitio, le diga a uno "corta aquí, corta allá, cierra esto, abre aquello, brinca por aquí, agáchate por allá", y uno tener que hacerlo aunque sea chistando.Hay cosas, claro, que hacen que parezca bueno ser gobernador; vivir de cachete en una fastuosa mansión colonial a orillas de la inagotablemente bella bahía de San Juan, de donde se ven a toda hora bandadas de blancas gaviotas, con chefs particulares y meseros con lazo y chaqueta que sirven exquisiteces en vajillas de finura inigualable; no coger más tapón, pues se anda pa’ arriba y pa’ abajo en guaguas negras, con cristales tinteados, luces intermitentes y sirenas, escoltadas por motoras policíacas; salir, en el futuro, en algún libro de historia; beneficiar a amigos con contratos que no excedan, eso sí, el límite de $10 millones que haría obligatorio que la Junta de Supervisión Fiscal lo apruebe; poder cabildear después y hartarse de billetes con los accesos que se logren mientras se "gobierna", con la "dispensa" que nunca deja de otorgar la generosa Zulma Rosario, etc.Ser miembro tiene sus beneficios, decía una campaña publicitaria de antes de una tarjeta de crédito. Ser gobernador, obviamente, también los tiene. Pero, ¿a cambio de qué?La última vez que nos metimos en...

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