La muerte de la literatura

JUAN ANTONIO RAMOS

ESCRITOR

A Rosario Ferré

¿Qué tiene de malo el humor? No lo sé, pero a juzgar por la escasez de cuentos, novelas y ensayos con marcado contenido humorístico, debemos suponer que la literatura y, sobre todo, la "buena" literatura no se ríe. En Hollywood las comedias no se ganan el Oscar y en materia de libros, no conozco novelas de corte humorístico que carguen con un premio literario de importancia. Don Quijote de la Mancha probablemente no habría tenido la mínima oportunidad de ganarse el Premio Alfaguara o el Planeta. Los críticos literarios, a la hora de evaluar una obra que incite a la risa, la catalogan de refrescante", "ocurrente", "desenfadada", puede que "ingeniosa" pero nunca "profunda" y mucho menos "trascendente". El humor sirve para entretener, para divertir, pero ni de lejos se piensa que a través de la risa y el relajo se logra "descubrir una parte hasta entonces desconocida de la existencia", que es, de acuerdo a Milan Kundera, el deber de toda literatura que se respete a sí misma.

Cuando comencé a leer en serio, a principios de los sesenta, la escritura rebuscada, indescifrable y palabrera gozaba de un gran prestigio. Pronto comprendí que la gente inteligente y culta tenía que alabar ese tipo de literatura. En el plano cinematográfico pasaba más o menos lo mismo. Por eso aprendí a elogiar algunos de los "tostones" dirigidos por Bergman, Antonioni, Buñuel, De Sica, Pasolini y Visconti.

Como escritor principiante retorcí y compliqué mi prosa como mejor pude. Mi esfuerzo rindió sus frutos pues algunas voces respetables bautizaron mi embeleco como "realismo experimental", que suena grande y hasta impresiona. Sin embargo, pronto me di cuenta de que ése no era yo y de que necesitaba deshacerme de esos resabios formales para poder definir mi voz como escritor.

Me propuse que en lo adelante escribiría de la manera más sencilla y clara posible, que no es tarea fácil. Fácil es lo oscuro, rimbombante o verboso. Eso lo hace cualquiera.

Estoy convencido de que las palabras no deben distraer al lector. Deben ser transparentes y, si es posible, invisibles. En la narrativa no importa tanto lo verbal. Lo que más importa es lo que el narrador nos cuenta. Eso es lo que recordamos de una buena novela.

Invisibilizar las palabras es un procedimiento arduo que exige mucha disciplina por parte del que escribe. Paciencia, perseverancia y buena cantidad de tachones y hojas rotas. Huelga decir que el lector no debe notar este...

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