en peligro de extinción

La tarde ha sido una tranquila, muy tranquila, con apenas algo de movimiento. Pero para un veterano pescador, acostumbrado a la paciencia que exige su oficio, esto no es algo que lo altere.

A falta de clientes, se va al fondo de la pescadería. Agarra una manguera y empieza a limpiar los fregaderos y mesetas de metal, así como la sierra donde rebanan los pescados de mayor tamaño. Aquí y allá saltan escamas impulsadas por el chorro de agua. En algunos puntos se acumulan junto a restos de entrañas, que luego van a parar a una cubeta.

Todo se limpia con cuidado. La vieja sierra la desarma para asegurarse también de limpiar su interior. Luego pasa un detergente por todas esas superficies. Regresa con la manguera. El lugar queda limpio, aunque el pesado olor a pescado no desaparece. Después de todo, en el salón contiguo hay neveras llenas de pescados y carnadas para futuras pescas.

“Bueno, si no viene más nadie, ya esto está adelantado. Ya no tengo que hacerlo ahorita”, dice sonriente el veterano pescador de 63 años, quien por estos días hace de vendedor en la Villa Pesquera de San Juan, contigua al conocido Parque Central capitalino.

Una llamada lo saca de su rutina. Sale afuera y contesta, disfrutando de la brisa marina que se filtra entre el mangle y refresca la costa. Se sienta por un momento. Continúa vacía el área de ventas, que está decorada con vetustos afiches de especies de tortugas, peces, túnidos y tiburones, un cuadro de una escena de pescadores y un barbudo capitán de barco. Apenas un gran ventilador se mueve en aquel espacio que parece moverse más despacio en el tiempo. Solo se escucha el ruido de su ronroneante motor, y el distante rumor del incesante paso de vehículos por el expreso.

Berto Hernández, a quien la gente conoce por “Magüí”, está allí solitario, como el viejo pescador de Hemingway, aunque en tierra.

Como si estuviera pendiente a un hilo que acaba de lanzar al agua, se queda con la mirada fija y reflexiona pausadamente sobre la realidad del pescador.

“Como el tiempo ha estado malo, nadie está saliendo. Vamos a ver si de la otra semana en adelante mejora el tiempo y aprovechamos. Ya todo el mundo tiene carnadas preparadas”, dice. “La luna tampoco nos ha ayudado. Si la luna está bien llena, no es muy lucrativo, hay mucha luz”, detalla.

Hace una larga pausa, para entonces levantarse y volver tras el mostrador. La nevera más grande y que tiene una amplia vitrina está vacía. Funciona, pero no está conectada. Solo exhibe un...

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