Permiso para soñar

El gobernador Ricardo Rosselló, que últimamente le ha cogido el gustito a viajar, andaba en estos días dando besos y abrazos por Filadelfia. Estaba, dijo, mirando escuelas chárter, como el padre que se va de gira buscando la mejor educación para sus hijos. Publicó fotos en sus redes sociales de su visita a Aspira, una organización liderada por puertorriqueños (en el último censo vivían allí cerca de 120,000 que se identificaban como boricuas), que maneja seis escuelas chárter en aquella ciudad.

Si lo que quería el gobernador era ver escuelas públicas que funcionan bien, bendito, no tenía que ir tan lejos. Las escuelas públicas puertorriqueñas tienen una fama terrible, en términos generales bien merecida, porque la inmensa mayoría no ofrece ni buena educación ni seguridad, que son, probablemente, las cuestiones que más pesan en el ánimo de alguien puesto a elegir donde educar a sus hijos.

Pero las hay muy buenas también. Cada año, entre 80 y 100 escuelas de las mil y pico que hay (eran 1,110 la última vez que se contó, pero están cerrando a un ritmo de tal vertiginosidad que cuando se lea esto puede que sean menos) obtienen desempeños de excelencia en las mismas pruebas que sirven para descartar a tantas otras.

Hay escuelas, como la superior Carlos González, de Aguada, que año tras año gradúa montones de estudiantes con 4.00 de promedio, o las elementales Antera Rosado Fuentes, en Río Grande, y Emérita León Candelas, en Cayey, que al mismo tiempo en que tienen estudiantes con excelentes desempeños académicos son también el centro y el eje de sus comunidades.

Y sin contar a las especializadas, que reciben un trato único y solo admiten a los mejores estudiantes, están también las 49 escuelas bajo el modelo Montessori, cuya escuela insignia, la elemental Juan Ponce de León, en Guaynabo, es la envidia de muchísimos planteles privados.

Esas escuelas funcionan en entornos diferentes las unas de las otras, pero tienen unas características en común: toda la operación está centrada en la atención, la experiencia y el desempeño del estudiante; se vinculan fuertemente con las comunidades en las que operan; logran comprometer a los padres; tienen dirección y liderato inspiracional, presupuestos adecuados, facultades motivadas y metas educativas claras.

“Apoyar y proteger a las comunidades y las escuelas que ya han comenzado a ser el país que queremos debe ser el primer paso de cualquier reforma que emprendamos”, decía, con toda razón, en una columna en...

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