Prólogo: teoría crítica y derecho
| Autor | Carlos Rivera Lugo |
| Cargo | El autor fue decano-fundador de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagu?ez, Puerto Rico (1993-2003), donde también fue Catedrático de Filosofía y Teoría del Estado y del Derecho (1995-2013). Asimismo, fue profesor de la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica de Puerto Rico (1984-1996), donde también ejerció... |
| Páginas | 8-25 |
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CARLOS RIVERA LUGO2
El problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y la fuerza, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento aislado de la práctica, es un problema puramente escolástico.3
¿En qué consiste una teoría crítica? Como tal busca reflejar la realidad o, mejor aún, abrirla de par en par para exponerla en todos sus detalles, aquellos que observamos a primera vista y aquellos que andan ocultos más allá de la superficie. En ese sentido, la realidad siempre es mucho más que su manifestación inmediata. De ahí que pensar críticamente es traspasar las tinieblas del momento presente. Es una desocultación. Una teoría crítica es la apertura de una nueva posibilidad para apalabrar aquello que necesita ser pensado y transformado en estos tiempos, es decir, para reflexionar, desde nuestra historicidad concreta, sobre la realidad mediante la diferenciación entre lo que es un hecho o una valoración, lo que es cierto o falso, lo bueno o malo, lo justo o injusto, lo
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que es posible saber y lo que resulta imposible conocer, lo que necesitamos cambiar y si es posible cambiarlo, y de ser así, cómo agenciarlo.
¿Qué es lo que necesitaríamos pensar en estos tiempos? A pesar de la gravedad de los tiempos, no sabemos lo que necesitamos saber, es decir, el saber en torno a nuestras circunstancias nos elude. Sin embargo, generalmente creemos saber y no estamos conscientes de lo elusivo y aleatorio que resulta ser ese saber. De ahí que, como advierte la sentencia socrática, la misma sabiduría plena nos eluda siempre y sólo nos quede conformarnos con aproximaciones progresivas a un saber siempre perfectible.
Nuestra vida cotidiana se nos presenta, en el mejor de los casos, como un gran espectáculo de realización individual y colectiva a través de un consumo ilimitado e irracional o, en el peor de los casos, como un proceso imparable de achicamiento de las posibilidades de realización plena en estos tiempos en que se pretende reducir lo real o lo posible a lo que dicta el capital. En ambos casos se trata de una existencia inauténtica por lo alienada. Y se nos pretende subsumir la vida bajo los salvajes afanes reproductores de un sistema o, mejor aún, un orden civilizatorio en el que todo pretende ser reducido a mercancía en beneficio de unos pocos.
La crisis hace tiempo ha poblado nuestra vida en común, sin que queramos pensar en porqué se ha hecho detalle fijo de nuestra existencia colectiva. Lo que preocupa es que, a pesar del estado del mundo y de nuestra sociedad, todavía no pensamos sobre sus raíces, tal vez para no vernos forzados a la acción decidida frente a éstas. ¿Será que la crisis es consustancial al orden civilizatorio actual, así como nuestra sumisión bajo sus lógicas torcidas?
Hay quienes exigen que el ser humano actúe más que pensar. He escuchado representantes del gobierno colonial proferir la sandez de que en estos tiempos no hace falta filosofar o teorizar, sino que actuar. Sin embargo, la falta de pensar sobre nuestras circunstancias es quizá lo que explica más de una década de políticas públicas fracasadas que sólo han servido para empeorar la crisis profunda que particularmente nos aqueja. Tal vez el problema es que hasta ahora el ser humano, en general, en este mundo arropado por las pretensiones salvajes del capital y el puertorriqueño, en particular, uno de sus víctimas de ocasión, se han concentrado en actuar sobre sus circunstancias y ha pensado
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demasiado poco en la realidad concreta de éstas. De ahí que nuestros gobernantes sigan hablando de ponerle parches a la realidad o de aplicarle recetas que sólo han llevado al desastre más espectacular en otros rincones del planeta, cuando lo que se requiere en su lugar es una cirugía mayor. En vez de espectáculos electorales y plebiscitarios insustanciales o planes de reestructuración fiscal que no cambian nada en el fondo, debemos estar pensando en la construcción de un nuevo proyecto de país desde otros parámetros sistémicos y, aún, civilizatorios.
Mientras lo que se requiere es que estemos pensando en la posibilidad histórica de una acción radical, es decir, que vaya a la raíz de la crisis y abra paso a una nueva posibilidad que potencie el bien y la justicia común, nos entretenemos hoy en aquello que resulta interesante, noticioso, aunque fugaz, inmediato e intrascendente. No se le dirige suficiente atención a lo que requiere ser pensado profundamente, problematizado críticamente y, consiguientemente, transformado radicalmente. Y aquello que necesita ser pensado y transformado es precisamente la colonialidad capitalista que está en el origen de nuestros males actuales. Pues el problema no es la falta de riqueza con la cual potenciar nuestro desarrollo y progreso colectivo, sino que está en la concentración de ésta en pocas manos y exportada mayormente al Norte. Estamos ante una crisis apuntalada en la sobreacumulación de capital en manos de aquellos, una cada vez más ínfima, insensible e insolidaria minoría, que sólo le interesa, para su beneficio particular, la más absoluta desposesión de la inmensa mayoría de la sociedad, pues en nada le interesa el bienestar general de la sociedad. El capital ha vuelto a las ávaras y bárbaras andanzas de sus orígenes. Ha dado la espalda a la conciliación entre las clases y sus intereses plurales que el reformismo promovió a través del mundo luego de la Segunda Guerra Mundial, esperanzado en que el capitalismo podría salvarse de sus propias y más antagónicas contradicciones, y así poner freno al imponente movimiento anticapitalista que se potenció a partir de la Revolución bolchevique de 1917. Keynes se equivocó: el capitalismo no tiene remedio.
Ante ello, el objetivo de la teoría crítica es ir al acecho radical del parto de una nueva posibilidad ante esta grave situación, una especie de callejón sin salida al que nos quiere condenar el capital, con todas las graves consecuencias humanas que ello tiene. Por ello,
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urge producir una nueva forma de comprensión de nuestras circunstancias que trascienda la mera positividad, es decir, el dato seco y aislado de lo existente tal y como se nos presenta a primera vista. En ese sentido, la teoría crítica debe confrontar en todo momento los límites de lo que podemos conocer y lo que podemos transformar de éstas.
La realidad es, en fin, un acontecer o una potenciación permanente de lo existente, lo que incluye aquello que está en trance-de ser o existe como impulso anticipatorio de una nueva posibilidad, como bien nos propone Ernst Bloch.4 Está constituida por lo dado en lo inmediato pero también por lo que existe como una incubación de lo que aún no ha llegado a ser pero que está presente en potencia, a la espera de una radical agricultura.
La realidad es un movimiento real que se nos manifiesta inicialmente a nivel mayormente local y cotidiano, de manera mayormente aleatoria y no reducible a cualquier abstracción totalizante. La comprensión de ésta es limitada y problemática a través del mero uso de la razón, ya que los sentimientos intervienen como parte indispensable del pensar. Por ello, pensar es también sentir, sobre todo en la medida en que nos encamina en una dirección u otra, o nos impulsa a hacer valoraciones, indignarnos, tomar decisiones y, ojalá, rebelarnos. Dice al respecto la filósofa húngara Agnes Heller: “[s]entir significa estar implicado en algo. Tal implicación…es parte estructural inherente de la acción y el pensamiento y no un mero acompañamiento”.5
De ahí que debemos entender que nuestra capacidad para comprender, para aprehender lo que pueda ser cierto, bueno, justo o posible, nunca podrá reducirse a un esfuerzo o procedimiento individual. Es una construcción plural y común. Immanuel Kant le llama sensus communis, es decir, un sentido común acerca de la realidad, un sentido compartido por todos a modo de un “juicio” que, en su reflexión, toma en cuenta el pensamiento o el “juicio” de cada uno, para así evitar esa ilusión falsa de que el pensamiento propio sea considerado “objetivo”.
El saber, como también el poder, constituye en última instancia una construcción social. La sociedad toda, al menos potencialmente, es su fuente material. Ello constituye el fundamento de la posibilidad misma de la autodeterminación.
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¿Podemos conocer la realidad a través de nuestra razón? Según Kant, la realidad no es accesible a la razón. La razón se limita a construir representaciones y hacer juicios subjetivos acerca de lo que percibe como la realidad. Lo que hace la razón es prescribir su propia regla de interpretación o de verdad para fines de su uso práctico. La razón constituye una facultad de juzgar lo que es verdadero o es justo, bueno o posible, a partir del sentimiento, es decir, el contacto sensible con la realidad. Es una facultad que se ejerce a modo de un “como si así fuese”, por cuanto su determinación es sobre una realidad inconmensurable. Constituye así una especie de apuesta teórica o intelectual que introduce un sentido dado a nuestra comprensión de la realidad y sus posibilidades.
Sin embargo, la crítica no puede ser reducida a la mera interpretación de nuestra realidad, sino que al fin y a la postre debe ser una praxis afirmativa de una nueva posibilidad que no sólo redefina sino que reinterprete, valore y transforme los límites de nuestro conocimiento acerca de esa realidad, para poderla transformar, a partir de la situación concreta que le caracteriza. No se trata, como bien advirtió Carlos Marx en su Undécima tesis sobre Feuerbach, de solo interpretar el mundo y extraviarse en disquisiciones teóricas abstractas, sino que de lo que trata en ultima instancia la teoría crítica es de transformar efectivamente el mundo. Sin embargo, habría que tener siempre presente...
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