Puedo ser franca

Por Samadhi Yaisha

Especial El Nuevo Día

Y comenzó la función. Frank Ferrante -no el actor, sino un carpintero- llegó a San Diego, California, a visitar un primo enfermo. De camino, vio el letrero de Café Gratitud, un lugar donde servían comida vegetariana cruda y, de paso, promovían una transformación de salud física, emocional, mental y espiritual.

"Comencé a frecuentar el lugar. Regresaba, no por la comida, pero más bien por la calidez y el afecto que tanto anhelaba recibir", dijo Frank. Su historia me atrapó desde el comienzo. Sabía exactamente cómo era eso, la aridez de aceptación y cariño tan vasta como el desierto de Atacama. Frank aceptó la propuesta de que filmaran su proceso: liberarlo de una vida de excesos, alcohol, cigarrillos, drogas, comilonas, entre otras, que habían resultado en obesidad, prediabetes, depresión, hepatitis C, una letanía de fármacos, relaciones familiares y personales rotas. Era imposible no verme ahí, entre los cigarrillos que alguna vez alcanzaron la cajetilla al día, el alcohol frecuente en la escuela graduada, trabajoholismo, ansiedad, depresión, comilonas, de camino a la diabetes; y el acertijo mayor: las relaciones de todo tipo quebrantadas. Todo ello disimulado detrás de una vida normal.

Durante 42 días, Frank aceptó el reto de ser vegano crudívoro, hacer afirmaciones frente al espejo, terminar de atajar sus adicciones, visitar consultores holísticos y darse colónicos. Sonreía con los ojos húmedos viéndome a mí misma en la jornada de más de 10 años desde la primera vez que pisé el consultorio de un naturópata.

Había viajado media isla explorando de todo: afirmaciones, libros, quiropráctico, psicoterapia, meditación, ejercicio, colónicos, yoga y varios tipos de vegetarianismo, etc. Había vivido la sanación de una condición intestinal, un pequeño quiste en un seno y lo más preciado: un breve periodo de paz emocional. Pensaba que lo tenía todo resuelto, cuando la escuela graduada lo viró todo y fue peor. La medicina natural no me dio respuestas y acudí, por vez primera, a la medicina convencional. Los efectos secundarios de los fármacos fueron apabullantes, y la desintoxicación se tardó más de un año.

Casi derrotada, con la frente pegada al guía de mi automóvil y en medio de otro ataque de pánico, me preguntaba qué más tenía que hacer. Lo único que me salvó de ese ciclo fueron la práctica consistente del yoga, una monodieta de viandas y haber encontrado, al igual que Frank, un lugar de apoyo emocional...

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