Para querer a quien no nos quiere

Benjamín Torres Gotay

Se trata de un asesino empedernido del que las autoridades federales dicen que ha matado con su propia mano a 19 personas, incluyendo los nueve inocentes que casi al filo de la medianoche del 17 de octubre de 2009 bailaban merengue y gozaban en la inauguración del club La Tómbola en el barrio Sabana Seca de Toa Baja, ajenos a la guerra fratricida que el desalmado libraba contra su primo hermano y dueño del negocio, Wilfredo Semprit Santana.

De Candelario Santana no se sabe nada que no sea que dedicó prácticamente toda su vida al homicida negocio del tráfico de drogas y que, como parte de ello, halaba gatillo sin titubear.

Es posible que alguien vaya a la corte federal a decir que, en el fondo, es un hombre muy bueno al que las circunstancias de la vida lo llevaron a sumergirse en las cavernas subterráneas del tráfico de drogas y la muerte sin que él pudiera evitarlo. Dirán, quizás, que se crió entre muerte y violencia y hasta que tiene un ligero grado de retardo mental, lo cual lo eximiría de responsabilidad por las vidas que tronchó con su mano.

No debe ser fácil, sin embargo, hallar la manera de que alguien encuentre justificable lo que se dice que Candelario hizo al llegar con dos camionetas a la calle Progreso de Sabana Seca, bloquear las salidas, pararse en las dos puertas de La Tómbola con otros hombres, gritar "de aquí no sale nadie vivo" y apretar el gatillo de su arma de alto poder, matando a nueve, hiriendo a 20 y enterrando en aquella comunidad una garra de terror cuyas reverberaciones son todavía perceptibles.

La Fiscalía federal está decidida a reimplantar la pena de muerte en Puerto Rico, a pesar de que desde 1917 no se ejecuta a nadie aquí y que la Constitución del Estado Libre Asociado estableció en el 1952 que el Estado no matará. Le apoya, sin embargo, la Constitución federal, la cual, en virtud de la naturaleza colonial de la relación entre Puerto Rico y Estados Unidos, prevalece sobre cualquier deseo, aspiración o principio que se tenga aquí.

En cuatro casos anteriores, jurados aquí se han negado a embadurnarse las manos con sangre, a bajar al nivel del asesino y convertirse ellos también en asesinos, a despojarse de su humanidad para decir que otro ser humano no merece vivir. En esta ocasión, puede que resulte un poco más difícil por el carácter sin duda despreciable del sujeto en cuestión.

En casos como este, es que se sabe de qué está hecha la...

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