SALIERON DE AQUÍ

Por Ana Teresa Toro .ana.toro@elnuevodia.com

fotos Jorge A. Ramirez Portela

En este lugar casi todo el mundo se conoce, en los techos se ve alguna que otra propaganda política, hay ropa tendida, un mural del muerto que toca recordar y la vista al mar se interrumpe de cuando en vez por el tendido eléctrico. Aquí decir "aquel se retiró", es decir que ya no está en la calle, que se ha ido a alguna parte. Aquí decir calle, es decir estar vivo.

Llegamos un miércoles al sector La Marina en Isabela. Después de dos o tres calles, subimos por la esquina de La gozamba del gallo, una promesa de negocio que no llegamos a ver abierta. Nos estaban esperando. En los barrios siempre se espera.

Elizabeth Berríos Rosario nos invitó a su casa. Allí conocimos a su hijo, el muchacho de la santa mirada. Se trata de Rafael Ángel Mercado Berríos, "Rafito", el protagonista del cortometraje "Mi santa mirada", de Álvaro Aponte-Centeno, que recientemente se convirtió en el primer trabajo de un puertorriqueño nominado a la Palma de Oro en el Festival de Cannes.

La historia no es nueva: violencia, traición, asesinatos crudos. Pero a decir verdad, esta historia siempre lo es, sobre todo cuando es tuya, cuando te toca. Para contarla, el cineasta no buscó actores profesionales, quería otra cosa, un cantazo de verdad tan específico que no apareció hasta que se topó con la mirada de Rafito.

Hay que entenderlo. Este hombre de 30 años, con un demonio tatuado en el cuello, con un cerquillo perfecto y un arco delgado en las cejas que resguardan sus ojos, tiene por mirada un par de pozos hondos de verdad. Mirarlo te da la sensación de que te pierdes en un abismo extraño donde hay tanta rabia como ternura.

Había salido de la cárcel el Día de los Padres y en la sala, frente a su madre Elizabeth, habló un poquito, a su ritmo de voz ronca, tímida pero precisa. Rafito personificó a un hombre que traiciona al dueño del punto, lo que se dice "un insecto".

"Me identifico con él en el carácter porque yo soy así callaíto pero a la hora de la verdad...", admite convencido de que era importante contar esa historia. "Son las consecuencias de la calle, él tuvo control del caserío pero no siguió las directrices... Esa es la realidad de la calle, a veces peor, pero es bueno que la gente sepa lo que se vive. La vida no es un chiste", reflexiona con esa sabiduría del que conoce bien de cerca todas las fracturas del concreto.

Fue la misma lógica de la calle la que lo hizo comprometerse con el...

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