Un tú a tú con Tite

LUIS RAFAEL SÁNCHEZ

ESCRITOR

La brevísima definición reitera un convencimiento inamovible: el arte no lo produce receta alguna, si bien su creación conlleva unos ingredientes obligatorios, que dosificarán el carácter y la paciencia de cada quien. Borrar y corregir. Tachar y ensayar. Revisar sin medida ni clemencia. Volver a empezar.

Cuantas ocasiones visito a Tite Curet en la histórica Plaza de Armas, de San Juan, me acompañan tales divagaciones. Les sirven de contrapunto la oferta del "shine" hecha por el limpiabotas, el saludo pasajero de un conocido, el dólar que pide el tecato ya en la quilla.

Sentado junto a él, repienso los frutos de su trabajo, método y autocrítica. Además tarareo un verso que el gran Tite convierte en seductora confesión: "No hay misterio de ti que yo no entienda". De sosquín miro la sonrisa asomarle por los ojos. Luego viajo por los pies cruzados y los tenis amarrados con cabetes. Luego por los pliegues de la camisa floreada y sin cuello, evocadora de la africanía procreante de la melaza que ríe y que llora.

Una africanía que inspira una de sus piezas con rango de clásica, una pieza libertaria como pocas, "Las caras lindas de mi gente negra".

Obra regia de la escultora Luz Badillo, obra contraria a la falsedad bien ensayada y el estudiado simulacro, obra que satisface apenas verla, la ubicación le añade mundo. ¿Dónde mejor rendir honores a un artista grande sino en la plaza pública, lugar donde ocurren la convergencia y la discrepancia, la celebración y la protesta?

La plaza se impone, a lo largo de los siglos, como el lugar donde todo el mundo va. Mujeres y hombres, cuerdos y locos, sobrios y borrachos, creyentes y ateos, adultos y bisoños, antiguos y modernos. Hasta los perros realengos recalan en la plaza. Esos perros cuyo apego a la gente los lleva a seguirla hasta allí y coquetearle con el rabo, por ver si algo se ofrece. ¡Buena lección perruna: de cualquier malla sale un amo, sale un amor, sale un desengaño!

Diestramente, Luz Badillo sienta la figura de Tite Curet en el extremo de uno de los bancos placeros. Uno de amplitud que convida al encuentro impensado o la cita preacordada. Uno que propicia la divagación, o el "dulce no hacer nada" que cuenta con cultivadores entusiastas, por doquier. Un banco de acceso irrestricto donde se puede frecuentar...

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