Tesoros inolvidables

Por Joel Ortiz Rivera

joel.ortiz@elnuevodia.com

Al igual que el resto de los puertorriqueños, los peloteros de la liga invernal boricua disfrutan de la época festiva con el poco tiempo que su profesión les deja para gozarse nuestras Navidades y aunque algunos ya no sienten la necesidad de recibir regalos, sino de ofrecerlos, cada uno de estos profesionales guarda un recuerdo especial de los obsequios de su niñez, aunque hayan sido tan simples como un bate y una bola plástica.

"En mi caso, recuerdo que esos bates nunca se rompían. Cuando niño yo bateaba. Me vine a hacer pitcher después, pero en aquel tiempo aquello era lo máximo. Esas son de las cosas que nunca olvido por el amor que le tengo a este deporte", dijo Burgos, recordando cómo jugaba constantemente con su padre en el patio de su hogar.

"En una época siempre quería cosas, pero ahora me siento que estoy en una etapa en que el que quiero regalar soy yo. Ahora que puedo, mandé a hacerle a mi familia unos bates con mi nombre y se los enmarqué, y sé que ellos lo van a agradecer pero llega un punto en que uno ve las cosas diferentes. El único regalo que podría pensar es que mi hombro y mi brazo se mantengan bien", agregó el padre de una niña.

Irving Falú, también jugador de los Indios, atesoró por años un poster enmarcado que un familiar le regaló y que contenía las imágenes de las mayores estrellas del patio en las Grandes Ligas en aquel momento.

"Ya no lo tengo porque lo perdí en una mudanza, pero recuerdo que estaba mi pelotero favorito, que es Roberto Alomar. Recuerdo que yo miraba aquel poster y me decía: 'algún día yo también voy a estar ahí'. Y lo logré", dijo con una sonrisa el infielder, quien debutó en el 2012 con Kansas City.

"Se me paran los pelos. Son cosas que uno admira y anhela. Recuerdo que tenía unas estrellas, el fondo era verde y tenía las caras de cada uno en las posiciones. Estaba Alomar y creo que el siore era Rey Sánchez. Era más o menos el equipo de la Serie del Caribe del '95", agregó.

En el caso de Jobduán Morales, receptor de los Gigantes de Carolina, el objeto de su afecto era un camioncito en el que su abuelo lo montaba y lo paseaba por las casas del barrio con él para visitar a otros familiares y hasta tomarse un café. Recuerda que tras el paseo, terminaba rendido y regresaba dormido. "Eso nunca se me olvida. Ya más grandecito, fue una mesa de billar, y yo por aquella mesa de billar lloré", bromeó. "En casa siempre estábamos todos los primos y yo y siempre...

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