Los últimos días de las peleas de gallos

La madrugada aún no ha terminado de transfigurarse en mañana y ya Luis Daniel Reyes está subiendo la cuesta sin asfaltar que le lleva al que ha sido su centro de trabajo por las pasadas dos décadas, en el barrio Sumidero de Aguas Buenas.Arriba, al terminar la cuesta, le espera una sinfonía caótica. Hay 300 gallos cantando al unísono, ruidosamente, batiendo alas, saltando exaltados en sus jaulas, reconociendo que llegó quien les va a curar el hambre, la sed, las heridas y hasta los moquillos. "Ellos están cantando desde las cuatro de la mañana", dice Luis Daniel.El empleo de Luis Daniel, de 48 años, es en lo que conoce como un "gallerín", el sitio donde albergan, crían y cuidan gallos de pelea. Llovió hace poco y huele a tierra húmeda, a maíz y a plumaje.Luis Daniel no para ni un instante.Lo primero que hace al llegar es ir jaula por jaula verificando que todos los gallos estén en su sitio. Verifica cuáles pueden estar enfermos. Aunque no tiene grado académico en veterinaria, ni en ninguna otra disciplina, pues solo estudió hasta octavo grado, dice que puede diagnosticar un gallo enfermo por la mirada, el ánimo o hasta el color de la cresta. También, verifica cómo va la recuperación de los que hayan peleado el día antes.Acto seguido, llena una paila con maíz y "pícalo gallo", una mezcla de alimentos y vitaminas, y va poniendo puñados del grano en un pequeño recipiente plástico del que los gallos comen sacando la cabeza por un espacio en sus jaulas. Después, pega manguera para limpiar las jaulas.Eso solo en las primeras horas. Después, viene mucho más, pues en el gallerín, afanes no terminan nunca. "Si hubiera más día, más se trabajaba. Entro a las 6:30 y no tengo hora de salida", dice Luis Daniel, quien ha estado en el mundo de los gallos tanto tiempo que no puede recordar cuándo empezó. "Toda mi vida", agrega.Luis Daniel habla en tono pausado y bajo. En el fondo de la mirada, gravita una honda melancolía. Desde que tiene uso de razón, ha estado entre gallos. No ha practicado ningún otro oficio en su vida. Dejó hasta la escuela para dedicarse a esto.Y esta actividad que es tan parte de su ser como todo lo que fundamentalmente él es, está a punto de desaparecer por disposición del Congreso de Estados Unidos, que prohibió las peleas de gallos por considerarlo maltrato animal."No es fácil. Me dan ganas de llorar todas las mañanas", dice Luis Daniel, quien, cuando prohíban los gallos, piensa posiblemente emigrar a Boston, aunque no conoce la...

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