Un viaje al mundo mío con el tuyo

El niño menudo de cara seria está apoyado en la pared, tumbado, con las piernas medio estiradas y la mirada clavada en unos legos diminutos con los que va construyendo un edificio. A su alrededor, lo resguardan cinco pies de piezas de foam que cubren la parte inferior de las paredes de ese salón alto, minúsculo, frío.

“Todo está alto porque, cuando el niño entra en acción, todo se lo lleva. Tienen foam porque se mete contra las paredes, sabes, para que no se haga daño”, dice la asistente Shaymaris Díaz.

Más arriba están los números, el abecedario, el calendario del día: clase, merienda, clase, almuerzo. Ahí le enseñan, de forma individual, clases medulares como español y matemáticas –ya reconoce los números, distingue los fonemas para la lectura–. “Y en otras clases, se le integra para que no esté excluido del todo”.

El niño tiene piel castaña, ojos de almendra, pelo lacio ligeramente alborotado. Viste su uniforme de pantalón azul oscuro y polo blanca, sentado en el suelo. Dice “hola”, responde su nombre, responde su edad. Tiene 8 años.

Afuera, ya han abandonado el patio las decenas de mochilas con sus rueditas. Son pocas las voces que se escuchan ahora, tras apagarse ese murmullo enérgico de una mañana de martes de abril en una escuela cualquiera. Pero acá se forma un mundo. O muchos mundos.

Es el Instituto Modelo de Enseñanza Individualizada (IMEI), enclavado en la calle Arizmendi en Río Piedras. “Es una institución que ofrece servicios a estudiantes de educación especial y del programa regular, propiciando así la inclusión”, lee su misión. “Nuestros estudiantes serán dirigidos hacia un desarrollo íntegro y sensible a la diversidad. Brindaremos al estudiante las herramientas necesarias para fomentar su desarrollo, de manera que esto permita su inserción a la sociedad en igualdad y equidad”, reza su visión.

“Si algo me ha enseñado esta escuela, es que es la sociedad la que no está lista”, se le escapa al maestro Jorge Blanco.

No se lo dice a nadie en específico. Lo suelta de repente, con tono reflexivo, parado frente a la puerta de su oficina, mientras los niños juegan y ríen. Son dos de sus estudiantes, un niño y una niña, ambos de preescolar. No paran de reír, una risa estruendosa, poderosa, una epidemia de risa que va contagiando a cada mandíbula. Están sentados a la mesa sobre pequeñas sillas. Ambos diagnosticados, él dentro del espectro autista, y ella, con déficit de atención e hiperactividad. Ríen gustosos mientras dibujan en sus papeles con crayolas verdes, azules, violetas, rojas.

“Esta soy yo dormida y esta es mi mamá que me está cantando una canción. Y esta es una princesa. Y esta soy yo viendo televisión y mi mamá que no me deja”, señala...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR