Eau de Cologne

Miguel Rodríguez Casellas

La colonia invadió el aire sin previa notificación. El estornudo llegó tarde, cuando ya nada podía contener la ocupación. Tocó al lenguaje mitigar su efecto. Las gracias aparecieron tras las exhortaciones salubristas, mientras el aire disipaba el alérgeno hasta que dejó de percibirse con cada instancia del ascensor que abre y cierra en su circuito diario de subir y bajar. Tanta milla recorrida para quedarse en el mismo sitio. Triste destino el del ascensor.

El perfume es más afortunado: seduce, agrada, cautiva, y eso desencadena acciones que logran, con suerte, producir un récord de resultados tangibles capaz de trascender al efímero aroma que se extingue en la atmósfera.

Eventualmente, de la colonia no quedará ni el olor; el agua, que como granada explosiva contuvo la esencia en el pote, también pasará al olvido. Ese olor, disipado ya, revivirá en la conversación ocasional. Algunos lo recordarán punzante, otros, dulce y matizado. Aquellos que tuvieron acceso al frasco detonador dispondrán de sus muchas etiquetas, las que rotulaban lo que fuera peste y perfume a la vez.

La colonia...

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