Ni 'Rayuela' ni la ópera

HIRAM SÁNCHEZ MARTÍNEZ

ESCRITOR

No sé si, en el fondo, él pensaba que mi caso es el de esos lectores que rechazan una obra por simple renuencia a hacer un esfuerzo prolongado de concentración -a los que se refirió Vargas Llosa desde este mismo espacio-, pero se trata de un riesgo al que me tengo que exponer si no quiero renunciar a expresar lo que pienso. Para mí, basta saber que, como muchos, puedo acometer la lectura de cualquier obra y salir airoso si me lo propongo, y que no es cuestión de sucumbir a los nombres prominentes o a la grandilocuencia de los críticos, ni mucho menos rechazar a las almas desafortunadas que vagan por el mundo editorial.

En lo que va mucho de razón es en la intervención del gusto -sea educado o no- a la hora de enfrentar cualquier texto: esa maravillosa combinación de letras, sílabas y oraciones que nos revuelven las neuronas para provocar todo tipo de respuesta en nosotros. Me ha pasado alguna vez que, tras recomendar con mucho entusiasmo una obra a un amigo, la reacción a su lectura no ha sido tan entusiasta como yo creía justificado. Lo mismo me ha pasado ocasionalmente cuando alguien me ha recomendado un libro.

Tiempo después de la conversación sobre la literatura y la "educación" del gusto a la que me he referido, y mientras leía a Juan José Millás, tropecé con una declaración suya en la que este afirmaba algo que me hizo recordar mi desazón con "Rayuela". Hubo una época, decía él en palabras no tan exactas, en que para ser un buen escritor había que lograr cierta "ininteligibilidad". En aquel tiempo, era tenido en menos el autor que escribiera su obra de manera lineal o cronológica, o que consiguiera que el lector no se perdiera en las tramas intrincadas, o en el impredecible ir y venir del decurso del tiempo de la acción, o en la caracterización de personajes inusitados. Mientras menos se comprendiera el texto, mayor estimación ganaba su autor. Por ende, un narrador de tramas sencillas no podía aspirar al carné de escritor que expedían los críticos literarios ni al reconocimiento de sus pares.

Pero un día, decía Millás, anunciaron por televisión el fin de esa época, con tan mala suerte que algunos escritores no tenían prendido el televisor y no se enteraron de la noticia, ni entonces ni después. Algunos continuaron con su estilo decantado y, aunque mantienen su carné al día, son los que menor entusiasmo suscitan entre los lectores. Otros, han perseverado en la creencia, al decir de otro escritor, de que...

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