Estado 51, ya

Miguel Rodríguez Cassellas

Mirando el desfile de banderas pluriestrelladas, entre el ruido de "four tracks" en la Baldorioty, el endoso desesperado de Zoraida Fonalledas al "Romneytronic", y la estridente vulgaridad del rollizo Santini, me di cuenta que no es pertinente temerle a la estadidad, como si fuera un hecho lejano, evadible.

Y es que la estadidad hace tiempo que llegó a Puerto Rico. Ya está aquí, entre nosotros, y tomar conciencia del acontecimiento, que ocurrió de la manera más natural y relajada, sin necesidad de transiciones o restructuración gubernamental, debía llevar a redefinir la emoción original.

La estadidad viene en muchos sabores, y la que nos tocó tiene aroma de estado sureño carente de cultura urbana, es decir, más Kissimmee que Nueva Orleans, ni siquiera Atlanta.

Transita uno hace rato en territorio estadista. Azules y rojos se derriten con cada nueva franquicia que llega, caja monumental de club de descuento, ramal de expreso que evita tener que pasar por ese viejo casco histórico de pueblo que nadie nunca quiso en realidad.

Puerto Rico ya vive la estadidad, desde la conciencia deseante hasta el territorio centrifugador de voluntades y...

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