Un día en corte

ANA LYDIA VEGA

ESCRITORA

Tras someterme al ritual engorroso del detector de metales, abordo el ascensor y subo hasta el piso once. Ya hay una fila considerable. Me dedico a observar el paisaje humano que rompe la fría austeridad del pasillo. La abundancia de un público "senior" contrasta con la relativa juventud de los letrados y letradas elegantes que arrastran maletines sobre ruedas.

Por fin, un alguacil carilargo pronuncia el ábrete sésamo. Como nos prohíbe terminantemente instalarnos en los bancos de la prensa, me deposito en uno de los que ocupan el reducido espacio reservado a la audiencia. Le confío a mi cartera la ingrata tarea de guardarle asiento a mi amiga, que no tarda en llegar. Muy pronto, quedamos como sardinas en lata, prensadas entre dos cuerpos.

A la vista, el archiconocido decorado teatral: las mesas de fiscalía y defensa, el tablón de las fotos macabras, las butacas del jurado, el trono elevado de Su Señoría, las banderas siamesas del ELA y, en la pared del fondo, la balanza de la justicia con sus brazos extendidos y sus platillos vacíos. De una zona vedada tras bastidores, van emergiendo poco a poco algunos miembros del elenco. A instancias del alguacil implacable, mi amiga deja el tuiteo y apaga su celular.

Retazos de películas de los años cincuenta me cruzan por la memoria: "Twelve Angry Men", de Sidney Lumet, "Witness for the Prosecution" de Billy Wilder, "Anatomy of a Murder" de Otto Preminger. Alimento la esperanza de una sesión tan emocionante como las de esos "thrillers" legales a los que nos tiene adictos Hollywood.

Con sus enredos pasionales, sus giros inesperados, y sus finales irónicos, el popular género fílmico ha creado expectativas fantasiosas sobre los procesos judiciales. En la pantalla, todo es rápido, intenso, impredecible. Fiscales y defensores ocultan barajas en la manga. Un descubrimiento súbito revela un ángulo insospechado. Un testigo sorpresa altera, a última hora, el veredicto.

Nada que ver con la realidad vivida. El ritmo procesal de los tribunales resulta más lento que el tránsito rumbo a Bayamón en una tarde lluviosa. Protocolo y papeleo dictan el compás de los trámites: presentaciones, objeciones, consultas, posposiciones, recesos. Sin olvidar la monotonía de los interrogatorios minuciosos y las respuestas por cuentagotas. No en balde algunos miembros del jurado cabecean y hasta roncan, cuadro nada alentador para la persona cuyo destino está en juego.

Sin embargo, esa...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR