Fantasía

Mario Alegre Barrios

Siempre -incluso en mis momentos de mayor escepticismo- había tenido la firme convicción de que hacer periodismo era de alguna manera trascendental para la sociedad, que promovía cambios, que era algo tangiblemente útil para la gente común y corriente, para la de todos los días, sobre todo en su desigual relación con los gobiernos de turno, siempre cortados con el mismo patrón.

En verdad que creía que así era, porque de alguna manera así lo percibía, aunque fuese de manera muy sutil. Será quizá por la nueva perspectiva desde la que ahora veo el periodismo, será tal vez porque en realidad ha dejado de servir, pero lo cierto es que hasta no hace mucho tenía la extraña certeza de que -sobre todo- en los momentos de crisis, este oficio tenía la capacidad de mover voluntades, de mostrar caminos, de estimular soluciones, de servir de algún modo como faro para la esperanza ciudadana de que algo -no sé qué- iluminaría los cerebros de quienes se turnan en el poder cada cuatro años para culpar a sus predecesores de los problemas cada vez más agudos que dicen heredar.

Hoy esa...

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