Ablución

Ileán Pérez Cruz

El intruso también se acopla al ritual mañanero. Hasta hace poco esa rutina competía con los de siempre: la tele, la computadora, la radio, los rituales y el hábito. Con los ojos mañaneros a media asta, buscas el teléfono. Acaricias la pantalla y le ofrendas calor a las aplicaciones con el insistente movimiento digital.

Esa minicomputadora también se especializa en suspender las sensaciones. Porque compartir con alguien no se traduce de la misma manera. Una conversación está sujeta a la interrupción de un mensaje por texto, Facebook o Instagram. O la imperiosa necesidad de chequear un segundito, un momento, dame un segundo, el aparato. Autómatas totales. Y las sensaciones, aparcadas.

Y salir sin ese intruso es como olvidar las llaves. Te quedas afuera, a la merced de que el mundo exista sin ti. Sin poder entrar. Entonces la ciudad se torna críptica. Hasta te cuestionas cómo era posible recorrer sus calles con un simple mapa. Para pasar a la dramática nostalgia por el papel y la lucha por doblar el mapa según sus líneas de fábrica.

Además, hay un jaleo por enterarse. De lo que sea, ya sean noticias o chismes twitteros o facebookísticos. Y así la trompística conexión las 24 horas al...

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