Risómetro

Miguel Rodríguez Casellas

Me permito dar explicación. "Empatizo" con el humor que destruye entendidos; una categoría cultural digna de ser desbancada, una insoportable costumbre que debía quedar ridiculizada, tras arrancarle violentamente la máscara que le permite andar por la libre, naturalizada. A veces es dando la batalla del oprimido, a veces es dando la batalla del opresor -eso siempre será intercambiable-, pero en todo caso, la premisa humorística que me desmadra siempre suele chapotear en aguas violentas.

Pienso en Los Rayos Gamma, en tiempos del romerato, que fue lo más cercano a un golpe de estado, desde el humor. Nada quedaba en sitio cuando eran verdaderamente tóxicos, y su irreverencia conllevaba riesgos, muy reales, en medio de un estado que albergaba escuadrones asesinos, cuerpos paramilitares que operaban desde el clandestinaje policial.

Hoy no podría unirme incondicionalmente a esa condena selectiva y engoladamente solemne de la violencia. Objetaría vivir en un medio cultural que rutinariamente archive lo que no quiere decir, ni siquiera a través de la magia del humor cáustico.

Quizás ese es mi problema con la propuesta de humor australiana...

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