Profecía

Edwin Cuperes

Luego de años de vaticinios nulos, parece que hasta los mayas se cansaron de asustarnos con el fin del mundo. De pronto, el 2014 se nos aparece como un año más del cómputo cercano al nacimiento de Jesús, según fue establecido por Bonifacio IV y corregido por Gregorio XVIII. En el olvido quedaron los terribles efectos de una tormenta solar que destruiría los circuitos de nuestros celulares y anularía la chismografía permanente de Facebook. El calentamiento global está más lejos que nunca, a juzgar por las heladas del norte que hacen que lo pensemos dos veces antes de escapar a los Niuyores. El pobre 2014 se nos vino encima sin las fanfarrias de futuros cataclismos ni anuncios esperanzadores de una nueva era.

La charlatanería de los astrólogos, contra toda animosidad aquí concedida, sirve al menos de consuelo a aquellos individuos aburridos de su ordinario vivir, aquéllos con los sentidos dormidos para no ver el milagro que nos espera en cada nuevo amanecer. No hay que ser profeta para saber que mañana saldrá el Sol, que alguna lluvia nos refrescará, que...

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