606 vueltas

Yara Liceaga

El hombre miraba desde su balcón mientras se mojaba y limpiaba algo la herida con la fuerza del aguacero. A tres días sin que del grifo o de la ducha saliera tan siquiera un silbidito que anunciara que ya estaría el servicio por restablecerse, él se mantenía con la idea recurrente de contactar a la hermana para adelantar el día de visita, a sabiendas de que era imposible que pudiera atenderlo en un día de trabajo.

Bien se había manejado, con todo y dolor, con el agua que tenía en reserva hasta hacía dos días cuando ya no quedaba más que un galón. El cóctel de medicamentos le mantenían el estómago revuelto, de manera que aquel lento llenar la cisterna del inodoro lo había salvado del hedor de la acumulación de orines y excrementos por un día.

Resultaba una broma de algún insensible la idea de bajar las escaleras, salir a la calle, caminar cuatro cuadras para llenar dos o tres galones de agua que lo pudieran...

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