Abre las puertas a una nueva vida

Por Samadhi Yaisha

especial El Nuevo Día

"¿Por qué, pues, tantas preocupaciones? ¿Qué vamos a comer?, o ¿qué vamos a beber, o ¿con qué nos vestiremos?" Mateo 7, 31

Mi diario se convirtió en una feria de garabatos, una lista ansiosa de cosas por hacer: llenar solicitudes aquí y allí, visitar este complejo o este sótano para alquiler, enviar resumés por 'e-mail', imprimir resumés en una tienda de copias,direcciones enumeradas, supermercados orgánicos identificados, mientras la cuenta de banco moría.

Ya se iba esfumando el encantamiento de los ashrams indios que había visitado en los pasados 90 días; ahora me tocaba aprender la espiritualidad de la calle. ¿Que si tenía ansiedad? Todo el tiempo. La mantenía a raya con las rutinas de yoga y los movimientos de arquería zen que había aprendido en India, la guitarra y los grupos de apoyo que identifiqué en la ciudad y me atreví a visitar.

Cocinaba en una estufa portátil de dos hornillas: el menú usualmente consistía de sopa, o arroz integral, granos y algunos vegetales. Tenía la olla que había cargado en la maleta desde hacía más de 90 días y unas pocas cosas más. Descubrí que sí podía hacer una comida deliciosa con dos o tres cacharros. Era liberador no depender de tantas cosas.

Luego, a la carga, a la calle a buscar "la chamba", igual que el resto de los inmigrantes que conocí en aquella hospedería, imitación de un hogar barato (televisión, microhondas, 'wi-fi', y gracias Dios porque teníamos un lugar para dormir protegidos de la nieve que caía grácil y se acumlaba pesada), algunos con la mudanza a cuestas amarrada en una camioneta, en lo que encontraban un lugar que pudieran llamar casa.

Lo más difícil era que, sin trabajo, la solicitud de alquiler de vivienda quedaba incompleta, y sin domicilio, la solicitud de trabajo también: un dilema circular. Sin casa no había manera de demostrar domicilio en la ciudad para poder trabajar allí y, sin trabajo, no había evidencia que convenciera a un casero de la capacidad de pago de alquiler.

En eso estaba, mientras mi cuenta de banco languidecía. De tanto hacer y preocuparme cíclicamente, me desgastaba, así que decidí sentarme a meditar en un templo y pedí guía. Salí de allí a un supermercado orgánico, y cuando llegué a la entrada, la intuición me empujó: "Pregunta aquí si hay apartametos cerca". Igual fueron las ganas de tener la comida cerca, pero lo que pasó a continuacion todavía me asombra.

Busqué algunas cosas que el presupuesto me permitiera...

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