Adamari

Edwin Cuperes Vélez

Le escribí. Con los brazos estirados y el ceño fruncido, como si con cada tecla estuviera marcando los códigos detonadores de una deflagración atómica y me cuidara de sus destrozos flamígeros. No fue un "tweet" cualquiera sino una nota responsable, escrita por un ciudadano ejemplar, en el que le informaba que su libro andaba regalado en un enlace pirata.

Era verdad: lo había acabado de ver, lo había acabado de bajar, había acabado de leer algunos capítulos que eran más sabrosos por cuanto fueron leídos de gratis, y ahora, con la indignación propia de un colega de las letras, denunciaba el robo.

Casi de inmediato recibí un mensaje de su casa editora, Penguin, requiriéndome la dirección de la página violatoria. ¡Penguin! ¡La editorial a la que tantas veces había escrito para que tuvieran compasión de un escritor aún desconocido en la América vasta! Como era de esperarse...

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