¡Adiós India!

Por Samadhi Yaisha

Especial El Nuevo Día

-Te extrañaremos. ¡Por favor, regresa!- me dijo una facilitadora del ashram y percibí autenticidad en sus palabras. Terapistas, arqueros y facilitadores me invitaron a participar de programas residenciales y trabajo voluntario allí. ¡Por supuesto que quería quedarme! Pero aun si trabajaba a cambio de alojamiento, necesitaría dinero para alimentos y otras necesidades y mi cuenta bancaria menguaba vertiginosamente. Había logrado vender mi carro, pero aún pagaba una hipoteca.

Mi visa de 90 días para visitar India expiraría en 24 horas. Sabía por experiencia que las autoridades podían ser muy duras con los extranjeros que viajaban solos, y había leído de múltiples deportaciones de quienes se aventuraban a permanecer sin visa y se veían obligados a costear su propia expulsión.

Así que invertí las últimas horas en regalar malas (rosarios hindúes), frutas y chocolates, y en celebrar la hermosa "coincidencia" de que en tres meses había participado en la celebración de cumpleaños de tres de los cuatro gurús que había ido a visitar, gracias a que la fecha original del viaje se había atrasado 90 días. El cumpleaños del maestro de yoga B.K.S. Iyengar fue el último de ese viaje, dos días antes de partir. Me enteré que amaba los chocolates. Apretujada entre cientos de estudiantes que asistieron a agasajarlo logré entregarle una enorme caja de bombones franceses. Abrió los ojos y me sonrió como una campana.

En esos últimos días apretó el frío del invierno tropical en Puna, y mi guitarra había sido una cálida compañera de celebración. Había tocado en un 'talent show' del ashram, y el mismo día en que partía conocí a Sol, un flautista anciano con quien compartí música devocional y meditativa, quien me echó la bendición.

El equipaje pareció arroparme dentro del pequeño autorikshaw sin puertas, y tuve que hacer peripecias para que no se volcara en la calle. Volé desde Puna hasta el aeropuerto de Nueva Delhi, donde seguí cantando mientras aguardaba unas 12 horas para el vuelo fuera de India. Pero cuando llegué a registrar las maletas, me dijeron que llevaba 80 libras de exceso, por las cuales debía pagar 60,000 rupias (mil dólares) de transporte o de lo contrario, dejar allí la mitad de lo que cargaba.

-No llevo mercancía. Lo que va aquí es lo único que tengo ahora mismo, traté de explicarle a un supervisor obeso de ojos brotados y turbante que me hablaba con rudeza. Los extranjeros en India parecíamos tener tatuado...

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