Adúlteras

MAYRA MONTERO

ESCRITORA

El mismo día en que México celebraba la decisión de eliminar el delito de adulterio de su código penal, aquí se daba a conocer la opinión de un juez del Tribunal Supremo, que en sus 29 alucinantes páginas, se dedicaba a "profundizar" en los motivos por los cuales una mujer atacada salvajemente en una relación extramarital, no es digna de recibir cobijo bajo la Ley 54.

México era de los pocos países en el continente que todavía mantenía esa figura retrógrada en su código. Lo primero que hizo Lula da Silva cuando asumió la presidencia de Brasil, hace unos años, fue despenalizar el adulterio. En Perú, no sé ni cuándo se despenalizó, pero no es ningún crimen. Lo mismo en Chile, en Bolivia, en Argentina, donde el delito de adulterio dejó de serlo hace 16 años. Por no hablar de España, uno de los últimos países europeos donde el adulterio era penable por ley en los años 70. Ello dio pie a que, temprano en esa misma década, trataran de encarcelar a una mujer acusada de adúltera.

En una de las páginas más memorables de la historia de las reivindicaciones femeninas, en España se unieron obreras, estudiantes, amas de casa, decenas de miles de mujeres en una sola consigna: "Yo también soy adúltera". Por supuesto, el Gobierno eliminó el delito en el 78.

Sin embargo, lo que más estupor causa de la opinión del juez asociado del Supremo, Erick Kolthoff, es esa parte en que sostiene, con toda la tranquilidad del mundo, que al fin y al cabo la mujer en relación adulterina no queda desprovista de remedios en ley, porque puede beneficiarse de otras disposiciones del Código Penal y sobre todo de la Ley contra el Acecho.

¿Saben lo que es eso?

Pues es la política del "such is life" aplicada desde la Judicatura a las mujeres maltratadas, golpeadas y amenazadas de muerte.

Se traduce así: hay mujeres agredidas que pueden buscar amparo bajo la Ley 54, y hay otras que, por la naturaleza de su relación con el agresor, tienen que conformarse con remedios mucho más flojos e imperfectos. O sea, conformarse con ver cómo el Estado protege a las demás y las deja a ellas colgando.

En el fondo, hay una contradicción enorme en ese planteamiento. Si hubiera otras herramientas o remedios en ley que protegieran como es debido a las víctimas, no se habría creado la Ley 54, ni las salas especiales para atender esos casos.

Dependiendo de quién te agreda, o de cuál sea tu situación íntima en el momento de la agresión, serás mejor o peor tratada por la justicia...

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