De ahorros y negocios
Por Hilda Arias
dueña y creadora de Diet Home
No sé cuál es el por ciento correcto, pero al menos a mi alrededor -amistades, conocidos y familiares- nadie lo ha logrado.
Al analizar la situación, todo el que trabaja, por lo general, tiene compromisos de pagar casa, carro, escuelas, comida, etcétera, y aunque puede ahorrar (si es buen administrador), muy difícilmente le sobra como para arriesgarse a utilizar ese ahorro para comenzar algo nuevo, sin mantener un ingreso seguro.
Es decir, no se atreven a dejar su empleo, su cheque seguro; pero muchos empresarios se han visto forzados a comenzar su negocio, ya sea porque han sido despedidos o porque han pasado por cambios fuertes en sus vidas tales como divorcios, jubilación, cierre de empresas y otros.
En mi caso, siempre que comenzaba a ahorrar para esta meta, aparecía algún gasto imprevisto que me obligaba a utilizar el dinero. Un día comprendí que, simplemente, tenía que comenzar, no se podía seguir esperando a tener el dinero ahorrado, debía actuar con el dinero que tenía hoy. Aunque fuera para comprar un clavo, lo compraría hoy, y mañana con más dinero, compraría el martillo.
Así ocurrió, un día pasé por un local y ví el letrero de "Se alquila", me bajé del carro y pregunté. El espacio era tan pequeño que solo cabía un fregadero, una estufa, una nevera y dos mesas. Lo alquilé por $450 al mes, pero solo le podía pagar un mes, y le pedí al dueño dos semanas para traerle el depósito de seguridad.
Pagué el local por dos meses sin utilizarlo en lo que podía conseguir dinero para equiparlo. Luego invertí $250 para cambiar los pisos y pintarlo; al cuarto mes gasté $95.00 en la impresión de "flyers" para promover mi servicio y con los puntos que había acumulado en el programa de recompensas de mi tarjeta de débito adquirí una nevera y una estufa.
Comenzé a distribuir mis "flyers" indicándole a las personas que abriría en agosto del 2003, y para finales de julio tenía tanto miedo porque ya no podía hablar más, ya lo había anunciado y me tenía que tirar, pero asaltaba la duda: ¿y si fracasaba? ¡Qué vergüenza!
Pero, por el otro lado, ¿y si me iba bien? En realidad, esa era la única opción. Me tenía que ir bien pues de eso iba a vivir, no había vuelta atrás. Mi divorcio estaba cerca, y mis padres habían muerto, así es que nadie, excepto yo misma, nos podía ayudar a mí y a mis hijos.
Para el último fin de semana de julio, una amiga me llamó y me dijo que ella y dos amigas querían utilizar los servicios...
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