Más allá de las andadas

Por Lilliam Irizarry

Lilliam.Irizarry@gfrmedia.com

Criado en un residencial público sin la figura paterna, Héctor tuvo buenas notas hasta sexto grado. Pero, una vez entró a escuela intermedia, comenzó a ceder a la presión de grupo y a tomar "malas decisiones". Ello, a pesar de que su madre hizo todo lo que estaba a su alcance para que él y sus dos hermanos menores tomaran "el camino correcto".

"Yo quería ser policía porque, a pesar de que yo era medio travieso, me ha gustado siempre querer hacer el bien", sostiene el joven de 19 años que ha estado encarcelado en tres ocasiones y que ahora va por la vida dando testimonio de su transformación.

La primera vez que estuvo en prisión fueron pocos días porque no se le encontró causa; la segunda, fueron algunas semanas porque, como la falta cometida era menos grave, logró que le concedieran libertad condicional; la tercera, fueron seis largos y duros meses por haber violado las condiciones que le habían permitido estar en la libre comunidad.

"No fue fácil estar encarcelado y ver tantos jóvenes sufriendo, pensando cada cual que no había esperanza, igual que yo en ese momento pensaba que no había solución para mí. Era algo que tocaba la fibra del corazón", sostiene quien en sus largas horas de encierro no podía dejar de pensar en cómo se sentiría su familia y en el mal ejemplo que estaba dando a sus hermanos.

Reconoce que fueron muchas las lágrimas que derramó acostado de cara a la pared. Fue justamente en uno de esos momentos de dolor, durante su segundo encierro en una celda con una pequeña ventana por donde apenas entraban los rayos del sol, que un grupo de capellanes tocó a su hermética puerta de acero para hablarle del amor de Dios.

Solo que cuando le tocó regresar de nuevo a la libre comunidad, volvió a las malas compañías. "Pero esa semilla ya estaba en mi corazón y aunque aún no estaba haciendo lo correcto, tenía la esperanza de que algún día iba a hacer lo correcto".

La tercera vez que salió de la cárcel, hace ya año y medio, buscó refugio en la iglesia a la que asiste su abuela, donde encontró no sólo un círculo de apoyo y una oportunidad de sanación, sino también un espacio para ayudar a que otros jóvenes no terminen en prisión y a que los que ya están encarcelados no se den por vencidos.

A su juicio, las cárceles "ayudan en parte a darte cuenta de que afuera no vale la pena hacer nada negativo porque algún día, tarde o temprano, lo vas a tener que pagar. Pero la institución no te da lo...

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